martes, 23 de abril de 2013

EL AUTOGOBIERNO ES COSA DE CIUDADANOS.



Cuando cada 23 de abril, de forma recurrente, los discursos políticos y las crónicas periodísticas apelan al autogobierno de Aragón, interesa alejarse en lo posible de este discurso engañoso y recordar que la democracia es asunto de ciudadanos y no de territorios. Ello no supone, ni mucho menos, renegar o distanciarse del Estado de las Autonomías, sino del discurso particularista que se ha consolidado a partir del mismo, y de la absurda retórica historicista que se ha plasmado en los preámbulos de los últimos Estatutos de Autonomía, en ese viaje colectivo que nos ha querido devolver a la Edad Media o más allá, según interesa al redactor. Lógica secuela de ello es la moda de las recreaciones históricas que se extiende por toda nuestra geografía. Aragón es una realidad política a partir de la Constitución Española y nuestra ciudadanía es exclusivamente española, aunque a ella se pueda añadir la condición política de aragoneses. Sentirse aragoneses es posible al margen de que exista o no Comunidad Autónoma, cosa que no ocurre con el sentimiento y la condición de ciudadanos, pues hacen falta Estado e instituciones democráticas.

El que las decisiones las tome el Gobierno de Aragón y no el Gobierno de España –o en un futuro el Gobierno de Europa- no conlleva, por sí solo, un mayor autogobierno de los aragoneses, pues el autogobierno reside en la calidad de la representación política y en el control y rendición de cuentas del Gobierno y de las instituciones públicas. La cercanía de las instituciones no es necesariamente sinónimo de autogobierno, pues puede suponer, como de hecho sucede –el ejemplo de La Muela es palmario- la captura del poder político por caciques locales o por grupos de interés, cuya fuerza es significativamente mayor frente a instituciones políticas débiles como las autonómicas o locales. El autogobierno o la autonomía local se convierten así en coartada para el expolio a los ciudadanos y no para su autogobierno, para el gobierno por sí mismos a través de sus representantes.

El autogobierno es que, en la teoría y en los hechos –sin que éstos desmientan a la anterior- la voluntad de los ciudadanos sea determinante en la orientación de las políticas públicas, en la definición de sus objetivos y en la asignación de los recursos públicos.

Cuando los programas electorales con los que se concurre a unas elecciones políticas no se respetan ni las razones de los cambios se justifican o explican suficientemente a los ciudadanos –más allá de expresiones como se ha hecho lo que se tenía que hacer, o las cosas son como son-, podremos decir que los responsables políticos han sido elegidos por los ciudadanos –su poder es legítimo y democrático-, pero difícilmente podremos decir que nos hallamos ante un sistema de autogobierno, pues la voluntad de los ciudadanos ha quedado claramente marginada por razones de diverso orden.

El autogobierno es esa pretensión de ser nosotros mismos, a través de las instituciones políticas, los que nos damos las normas que rigen nuestra vida pública. Es una utopía de los ciudadanos que ha de transformar y alentar el gobierno democrático, en muchas ocasiones monopolizado por la clase política, nacional o autonómica. Por lo tanto, no debiera desviarse el significado del autogobierno, no debiera olvidarse que es cosa que afecta a los ciudadanos, y que los territorios se gobiernan pero no se autogobiernan. El autogobierno de Aragón existirá en la medida en que las instituciones aragonesas estén verdaderamente en manos de los aragoneses, bajo su verdadero control, sin que ese autogobierno se decida en las tensiones con el poder de las instituciones del Estado. España no es nuestro heterogobierno, aunque hay quien no dudaría en sostenerlo para reclamar la exclusividad de lo local, la primacía de la tribu frente a la ciudadanía

2 comentarios:

Alfonso dijo...

Estupendo artículo para el 23 de abril. El autogobierno es asunto de los ciudadanos, porque autogobierno no es otra cosa que democracia, el gobierno del pueblo por el propio pueblo, y no de la mayoría ni de los partidos políticos. Tampoco es asunto de territorios ni de añoranzas -incomprensibles- historicistas. La democracia es racional y racionalista, mira al futuro y sólo acude al pasado para no cometer los mismos errores. Las declaraciones de los partidos políticos acuden sin embargo a la historia para fundar la democracia, abandonando por completo aquello que nos hace más humanos: el uso de la razón.

Saludos.

Anónimo dijo...

Es hora de poner coto a la exaltación de lo propio.