Like the battle of Waterloo, the battle for Scotland was a damn close-run thing. The effects of Thursday’s no vote are enormous – though not as massive as the consequences of a yes would have been.
The vote against independence means, above all, that the 307-year Union survives. It therefore means that the UK remains a G7 economic power and a member of the UN security council. It means Scotland will get more devolution. It means David Cameron will not be forced out. It means any Ed Miliband-led government elected next May has the chance to serve a full term, not find itself without a majority in 2016, when the Scots would have left. It means the pollsters got it right, Madrid will sleep a little more easily, and it means the banks will open on Friday morning as usual.
But the battlefield is still full of resonant lessons. The win, though close, was decisive. It looks like a 54%-46% or thereabouts. That’s not as good as it looked like being a couple of months ago. But it’s a lot more decisive than the recent polls had hinted. Second, it was women who saved the union. In the polls, men were decisively in favour of yes. The yes campaign was in some sense a guy thing. Men wanted to make a break with the Scotland they inhabit. Women didn’t. Third, this was to a significant degree a class vote too. Richer Scotland stuck with the union — so no did very well in a lot of traditonal SNP areas. Poorer Scotland, Labour Scotland, slipped towards yes, handing Glasgow, Dundee and North Lanarkshire to the independence camp. Gordon Brown stopped the slippage from becoming a rout, perhaps, but the questions for Labour — and for left politics more broadly — are profound.
For Scots, the no vote means relief for some, despair for others, both on the grand scale. For those who dreamed that a yes vote would take Scots on a journey to a land of milk, oil and honey, the mood this morning will be grim. Something that thousands of Scots wanted to be wonderful or merely just to witness has disappeared. The anticlimax will be cruel and crushing. For others, the majority, there will be thankfulness above all but uneasiness too. Thursday’s vote exposed a Scotland divided down the middle and against itself. Healing that hurt will not be easy or quick. It’s time to put away all flags.
The immediate political question now suddenly moves to London. Gordon Brown promised last week that work will start on Friday on drawing up the terms of a new devolution settlement. That may be a promise too far after the red-eyed adrenalin-pumping exhaustion of the past few days. But the deal needs to be on the table by the end of next month. It will not be easy to reconcile all the interests – Scots, English, Welsh, Northern Irish and local. But it is an epochal opportunity. The plan, like the banks, is too big to fail.
Alex Salmond and the SNP are not going anywhere. They will still govern Scotland until 2016. There will be speculation about Salmond’s position, and the SNP will need to decide whether to run in 2016 on a second referendum pledge. More immediately, the SNP will have to decide whether to go all-out win to more Westminster seats in the 2015 general election, in order to hold the next government’s feet to the fire over the promised devo-max settlement. Independence campaigners will feel gutted this morning. But they came within a whisker of ending the United Kingdom on Thursday. One day, perhaps soon, they will surely be back.
(Artículo de Martin Kettle, publicado en "The Guardian" el 19 de septiembre de 2014)
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Este blog, una vez más, encuentra el tiempo y ofrece su espacio para ubicarnos en la historia, dejando patente la altura de miras que guía sus pasos.
Cuando el 9 de abril de 1977, Adolfo Suárez legalizó el Partido Comunista de España, el gran enemigo del régimen que todavía coleaba, el país paró la respiración. Era un día soleado, Viernes Santo, y media España andaba de vacaciones y la otra media descansaba en sus casas, cuando el informativo de la tarde dio la noticia.
La frase del historiador Ricardo de la Cierva, ¡qué error, qué inmenso error!, que había hecho fortuna cuando el Rey nombró presidente del Gobierno al joven Ministro Secretario General del Movimiento, preteriendo a Areilza y otros prohombres, pareció cobrar realidad para muchos. ¿Qué va a pasar, se preguntaban, ante la agitación de los cuarteles? Pero la inmensa mayoría se había olvidado de la frase y permaneció expectante.
Nada ocurrió. El 15 de junio de 1977 se celebraron elecciones generales, y el pueblo acertó llevándolo a la presidencia.
Un político que tiene los reaños de legalizar al PCE, en una España llena de generales y procuradores franquistas tenía necesariamente que ser un tipo especial.
ceferino de blas
Cuando el 23 de febrero de 1881 entró Tejero con sus guardias en el Congreso, llenando de astillas de los disparos el viejo hemiciclo, y Adolfo Suárez, junto con el general Gutiérrez Mellado, y Santiago Carrillo, permanecieron en pie, después que el mando de la Benemérita gritase ¡todos al suelo! confirmaba a los españoles que aquel abulense que presidía el primer Gobierno de la democracia era realmente especial. Un tipo valiente.
Al ceder el poder a Calvo Sotelo, después de haber ganado dos elecciones generales, y en pleno mandato, Adolfo Suárez no quiso resignarse a irse a casa. Marchaba acosado por las traiciones de los suyos: socialdemócratas (Ordóñez), demoscristianos (Alzaga), y después de la muerte del único que le había sido fiel, el liberal Garrigues, pero quería demostrar que había llegado por méritos propios, y si hacía falta pegar carteles, los pegaba.
Era un político de los pies a la cabeza, y el Rey, él sabrá porqué - y se han escrito docenas de libros interpretando aquel nombramiento para sustituir a Arias Navarro, el presidente encargado por Franco y doña Carmen de dejar España atada y bien atada-, había acertado plenamente. Era, digámoslo ya, sin renunciar a la expresión, el personaje providencial para reiniciar la democracia en España.
Fue quien acompañó a la ciudadanía de aquel tiempo en el aprendizaje de los modos democráticos que desconocía, quien logró la increíble gesta de la reconciliación de los españoles, el que aprobó la Constitución que, a día de hoy, todavía sirve para la gran mayoría. Y el artífice de los Pactos de la Moncloa, ese acierto de las fuerzas políticas y sindicales que se pone como ejemplo y enseña en las Universidades.
Cuando se agotó el proyecto del CDS, porque la gente suele ser ingrata, Adolfo Suárez, golpeado por el infortunio de la enfermedad de su familia, se retiró en silencio, ligero de equipaje. Y en silencio le atrapó el mal que lo tuvo postrado y ausente durante varios años, hasta ayer.
Demostró que no era rencoroso, cuando con un punto irónico nombró a Ricardo de la Cierva Ministro de Cultura, que tuvo que tragarse su error, qué inmenso error. Lo citamos para parafrasear la expresión, y concluir ¡qué inmensa suerte, que el primer presidente de la democracia se llamase Adolfo Suárez!
ceferino de blas
Ha fallecido en la Clínica Cemtro de Madrid, por un fallo cardiorrespiratorio, Adolfo Suárez González, primer Presidente democrático de la reciente historia española y, el político que, de acuerdo con los deseos del Rey, tuvo que llevar adelante la transición de un Régimen autocrático, a una Monarquía Parlamentaria.
Abogado de pocos recursos, hombre proveniente del Antiguo Régimen donde llegó a dirigir la Televisión gubernamental y la Secretaría general del Movimiento (el partido único), muy pocos en aquella España que salía de la larga noche del franquismo, habían pensado en él como el sucesor de Carlos Arias Navarro, para presidir un Gobierno, que tenía como misión recuperar las libertades perdidas tras la guerra civil, iniciar el largo camino de la reconciliación nacional y aprobar una Constitución con la que estuviesen de acuerdo todos los partidos políticos elegidos en las urnas.
Una constitución consensuada y no impuesta como la mayoría de las Constituciones que ha habido en este país. Frente al candidato que parecía que reunía todas las condiciones, José María de Areilza, Conde de Motrico, Suárez fue el designado por el Rey y por Torcuato Fernández Miranda, para poner en marcha eso que se ha llamado Transición, algo que se ha puesto tan de moda denostar pero que, en aquella España, con aquel Ejército, con el franquismo todavía vivo, fue lo único que se pudo hacer.
Y, eso lo hizo, sobre todo, Adolfo Suárez , con un partido, UCD (Unión de Centro Democrático) que más que formación política era un sindicato de intereses, que se quemó en el proceso y que se disolvió como un azúcarillo, tras el Golpe de Estado del 23 de Febrero de 1981. Con Suárez se va una parte importante de la reciente historia de España, de una historia convulsa, pero también ilusionante porque él representa lo que para algunas generaciones fue la historia de una aventura, esa aventura de recuperar las libertades, de votar y elegir a quienes nos tienen que representar, de abrazar a quienes salían de las catacumbas o volvían del exilio, de hablar y opinar libremente sin necesidad de bajar la voz, o, esconderse.
Con Suárez, recibido con hostilidad y críticas cuando llegó a la Presidencia del Gobierno, (“qué error, qué inmenso error” llegó a escribir el historiador Ricardo de la Cierva que luego él nombraría ministro ) se va, también, un político que llenó de dignidad la Jefatura del Gobierno, que le enseñó al Rey lo que era el arbitraje y la moderación en la Jefatura del Estado, que le plantó cara al Ejército, que fue capaz de tener cuadrado y esperando sus órdenes a varios tenientes generales, que dimitió del cargo para evitar un golpe de estado porque no quiso, según le dijo a los españoles sin perder ni por un momento la dignidad, que no quería volver a ser un “paréntesis” en la atormentada historia española, demasiado prolija en pronunciamientos y asonadas militares.
jose oneto
Nunca lo sabremos con seguridad pero él se va para evitar el golpe de Estado que, al final, se produce, pero de otra forma y, con otras consecuencias. Suárez se va, y dimite, porque ha perdido el favor de su partido que conspira contra él, y que está a punto de romperse si Felipe González, que presenta una moción de censura en Mayo de 1980, se acerca de nuevo a gente de su partido o sigue dando crédito a esos juegos de sirena que hablan de la necesidad de la formación de un Gobierno de emergencia o de salvación nacional, presidido (¿por qué no?, dicen sus adversarios) por un militar.
Cercado por el terrorismo de ETA, odiado por los militares, con un país hundido económicamente y con una inflación de dos dígitos, criticado con ferocidad por la prensa que tanto le encumbró, combatido por la Iglesia que no le perdonó la legalización del Divorcio, despreciado por el poder económico que siempre le consideró un advenedizo, con un partido que ya no controlaba, y con un constante ruido de sables que llegaban a la Moncloa desde la casi totalidad de las Regiones Militares, veinticinco días antes del Golpe de Estado, un Adolfo Suárez que lo que más le preocupa, en ese momento, es que esa imagen de político ambicioso y sin escrúpulos que transmitía de él cierta prensa había llegado hasta sus hijos, tira la toalla y se presenta en la Zarzuela para poner su cargo a disposición del Rey.
Y es entonces, cuando el Rey ni siquiera le dice que lo piense, que lo medite, cuando se da cuenta de que todo está definitivamente terminado. Aunque para él todo termina, después de un segundo intento de resucitar el Centro político con el CDS, que llega a convertirse en la tercera fuerza política del país, con la larga enfermedad del cáncer de mama de su esposa Amparo Illana, la muerte de una de sus hijas de la misma dolencia , la operación de vaciado de pecho de otra y, la extraña maldición que parece caer sobre la familia.
Todo el tiempo libre lo dedica a su familia, arrepentido del poco que le ha dedicado desde que comenzó en la política, hasta que esa extraña maldición se ceba en él, hace once años, en esa pronta demencia senil y Alzheimer que le convierte en un muerto viviente, Dicen que, hasta el final, conservó esa capacidad de reflejar el afecto y el cariño cuando recibía un apretón de manos, o un gesto de amabilidad que percibía como de complicidad.
Yo que tan bien le conocí, que tanto escribí de él, que tantas veces oí de su voz esas historias de poder y tragedia, que tan bien contaba porque parecía poner el Estado a tu disposición, pienso que se ha ido también una parte de mi vida, ésa en la que descubrí mi ilusión, mi pasión, por una aventura, que era la aventura de todo un país que accedía a la democracia, y que hoy llora a un gran hombre, un hombre que no se creyó nada, que siempre dijo que fue un ‘chusquero’ de la política, pero que tanto hizo por esta gran Nación.
jose oneto
Una vez le oí decir a una campesina andaluza: “líbrenos Dios del día de las alabanzas”. Ahora nos anuncian que a Adolfo Suárez le ha llegado esa hora y las alabanzas van a caer sobre la memoria que él hace tiempo que perdió. Nada mejor que morir o dimitir, que es una forma menor del passing by como dicen los ingleses, para que las lanzas se tornen cañas y se reciban reconocimientos superlativos a virtudes y méritos que nunca se reconocieron o se habían olvidado. En España, y en general en la cultura de raíz católica, somos especialmente dados a las loas postreras proclamadas con congoja por los lapidadores de ayer.
A Adolfo Suárez le llegaron algunas alabanzas y reconocimientos antes de su definitiva muerte. Pero cuando ya no podía recordar muy bien por qué ni quién se las daba. Quizás su definitivo apagón sirva para recordarnos lo que fue y significó esa Transición de la que él fue su principal artífice. Y cómo y por qué dejó el puesto de mando, devorado por las tensiones que generó su obra y víctima del canibalismo que habita en los partidos políticos.
Para ello nada mejor que leer la entrevista que le hizo en 1980 la periodista de ABC Josefina Martínez del Álamo, y que no se llegó a publicar, porque entonces se consideró demasiado franca para un Presidente de Gobierno. Se publicó en 1997 cuando su mente ya se había cubierto de niebla. La voz de ese Suárez agotado y acosado por Tirios y Troyanos, que más que a un periodista parece hablar a un psiquiatra, resuena hoy con acentos de ultratumba. Lo que dice bien podría aplicarse a nuestras actuales circunstancias. Su cansancio impotente hacia las críticas sin fundamento; su hastío ante la ignorancia de los entrevistadores, que más que conocer tus opiniones y razones pretenden convencerte de las suyas; su sensación de desamparo ante el acoso y la incomprensión de la derecha que le reprochaba haber traicionado el sistema político en el que creció, y de la izquierda por no haberlo cambiado drásticamente; su amargura ante las conspiraciones de muchos de los suyos que ya habían pactado su defenestración con Alianza Popular.
Hay en esa, más que entrevista, confesión, algunas frases memorables: “en España las cosas nos entran por el oído y nos salen por la boca, sin pasar por el cerebro”. O, “luché por lograr la convivencia entre los españoles, conciliando intereses y principios, y en caso de duda me incliné por los principios …”. Se sentía “desprestigiado”, y ciertamente fue ridiculizado sin tregua por los que se reían de su ignorancia de la gran política internacional, y le reprochaban su procedencia de las cloacas del franquismo. ¿Recuerdan como se mofaron por su reiterada preocupación por la vulnerabilidad estratégica del Estrecho de Ormuz, paso obligado de los suministros de petróleo a Europa?. Pues no andaba tan desencaminado, y me dicen que los documentos que la administración americana ha desclasificado revelan interesantes conversaciones entre Suárez y el presidente Carter al respecto.
josep borrell
Poco después de esa “non nata” entrevista, Suárez dimitía. En su sucesión estuvimos a punto de embarrancar en el difícil tránsito pacífico desde una dictadura a una democracia “pasando de la Ley a la Ley a través de la Ley”. A punto estuvimos de repetir lo que en su discurso de dimisión nos dijo que quería evitar: “que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la Historia de España”.
Era tan difícil que entonces parecía imposible. Desatar, bajo la mirada vigilante del Ejército, en medio de la crisis económica y la tormenta terrorista, lo que ése suponía bien atado sin volver a caer en el enfrentamiento civil; conseguir que las Cortes franquistas se hiciesen hara kiri, recuperar a la Generalitat catalana del exilio, legalizar por sorpresa al partido comunista, y sobre todo redactar una Constitución que sentaba las bases de un sistema democrático y de un Estado descentralizado. Pero fue posible, aunque ciertamente no fuera perfecto. No lo hizo solo, aunque en la simplificación épica hayan quedado las figuras de Suárez y el Rey como los únicos autores de la Transición. Hubo muchos más agentes que contribuyeron a ese éxito. Y sobre todo influyó, como dice el propio Suárez, el temor de la mayoría de los españoles de volver a ser de nuevo víctimas de nuestros propios demonios. “Se pusieron tras de mí y se volcaron en el referéndum del 76 porque yo les alejaba del peligro de una nueva confrontación tras la muerte de Franco…”.
Esa posible confrontación tenía sus raíces en tres problemas históricos que parecían irresolubles: el militar, el religioso y el territorial. Por aquel entonces un famoso historiador inglés vaticinaba que serían de nuevo imposibles de resolver. Para intentarlo hacía falta alguien del propio sistema, que lo conociese por dentro y estuviese animado de la voluntad casi temeraria de dinamitarlo también desde dentro. Su nombramiento no fue ese “gran error, inmenso error” con el que fue saludado por las expectativas insatisfechas de quien lo dijo, sino un gran acierto histórico que hoy hay que reconocer.
Cuando tomé posesión de la Presidencia del Parlamento Europeo me definí como un español de la generación que había protagonizado la Transición a la democracia. Era una buena carta de presentación en Europa, y se podía comparar a la liberación de los países del Este en la que había tenido un relevante papel mi contrincante, el ex ministro de exteriores polaco Geremek. Fui uno de los jóvenes socialistas españoles que llegamos a los ayuntamientos en las primeras elecciones municipales democráticas de junio del 79, que fueron también la primera gran derrota de un Suárez que acababa de ganar sus segundas elecciones legislativas. Le vi por primera vez desde la tribuna de las Cortes en el debate de la moción de censura que le presentó González. Los socialistas le acosamos sin cuartel, como un precedente del “váyase Sr. González” que sufrimos 15 años después. No lo llegamos a pronunciar, pero de eso se trataba. Y los suyos nos ayudaron mucho a conseguirlo. Después, entre el 86 y el 91 tuve ocasión de conocerlo y tratarlo en las bancadas y pasillos del parlamento, cuando ambos éramos diputados y yo un joven secretario de Estado de Hacienda. El dejó el escaño poco después de que yo fuera nombrado ministro.
josep borrell
Le recuerdo como una persona afable que me distinguió con su aprecio y cordialidad. Quizás por esa cordialidad y su inteligencia emocional merecía ser considerado un “encantador de serpientes”. Tuvo sin duda que serlo, y afortunadamente lo fue, pero sin llegar a ser un “tahúr del Missisipi” . Y tampoco entró en el Congreso “a lomos del caballo de Pavia”, más bien cuando esa imagen histórica entró en el Congreso bajo el tricornio de Tejero, se enfrentó físicamente a él, y esa imagen caracteriza su figura.
La pregunta relevante en el adiós a Suárez es ¿qué queda hoy de la Transición de la que fue artífice fundamental?. ¿Cuáles de esos tres problemas históricos hemos resuelto y cuáles siguen pendientes, o incluso se presentan de forma más virulenta hoy que ayer? Su agonía coincide con la marcha sobre Madrid de miles de españoles que protestan por las consecuencias sociales y económicas de una crisis que nos ha convertido en el país más desigual de Europa . En Cataluña las tensiones separatistas están más vivas que nunca. La política esta más desprestigiada que en su tiempo. Y el desencanto es mayor, mucho mayor que el que se empezó a acuñar como categoría sociológica, casi inmediatamente después de estrenar democracia.
No lo sabemos. Como Suárez dijo en uno de sus discursos en las Cortes:
“Está el hoy abierto al mañana, mañana al infinito.
Hombres de España, ni el pasado ha muerto, ni está el mañana ni el ayer escrito”.
josep borrell
Después de 11 años en silencio y en tinieblas, rodeado de su familia, ha fallecido en Madrid Adolfo Suárez, una de las personalidades más importantes y singulares españolas del último tercio del siglo XX. Singularidad por su evolución ideológica, por su noble y lúcida pasión por la política, por percibir la necesidad que la sociedad demandaba –libertad, reconciliación- y, consecuentemente, por su férrea voluntad de cerrar pacíficamente cuarenta años de dictadura. Pudo, si, en muy pocos años desarticular un Estado anacrónico y con talento hábil y valentía, encauzar un nuevo Estado democrático: un excepcional hombre de Estado, visionario, audaz y pragmático.
Muchos elogios fundados, así como críticas ciertas, se han hecho a nuestra ya lejana transición a la Democracia. Adolfo Suárez, como su protagonista principal, está presente en todos estos juicios dispares: sin duda, la transición no debe personificarse solo en él, pero, en justicia, sin su gestión no podría entenderse. La transición fue un proceso social y político muy complejo, en donde confusión y miedos, posibilismos y radicalismos se entremezclaban. Si no hubo, propiamente, un acto constituyente de ruptura, como en buena doctrina democrática exigiría, se produjo, sin embargo, un ambiguo proceso constituyente, solo legitimado a posteriori. Con todo hubo algo indiscutible, y no fue poco, dado el contexto de una dictadura, la más larga de nuestra Historia contemporánea: iniciar la recuperación de las libertades, establecer una concepción moderna del Estado de Derecho, abrirnos a la homologación con el derecho público europeo. Operación no fácil, con resistencias claras y viejos temores extendidos. Adolfo Suárez, con su talante persuasorio y transaccional y con valentía, logrará poner en marcha esta aventura hacia una democracia pluralista y constitucional.
raul morodo
Mi relación política y personal fue tardía, políticamente porque procedíamos de campos muy diferentes. Personalmente, por un azar: coincidir con nuestras familias en el mismo barrio y en el mismo edificio madrileño de los años 70. La vecindad, así, produjo la amistad que durará hasta hoy. Charlábamos y discutíamos con frecuencia, como era lógico: Adolfo, hablador incansable, gustaba de exponer y reiterar su plan de cambiar el régimen desde dentro, lo que Dionisio Ridruejo llamaba ‘el gran tinglado’. De aquellos amos, muchos, éramos también voluntaristas como él y, en parte, utópicos. Pero el voluntarismo de Adolfo tuvo éxito: el rupturismo de la oposición democrática no fue posible y el reformismo pactado (Gobierno-Oposición) viabilizará nuestro sistema actual. La Constitución aprobada y hoy contestada con síntomas de agotamiento pero que, en su momento, fue un gran punto de partida.
En su etapa de gobierno de UCD (aunque yo era diputado por el PSC con Tierno Galván) poco lo trataré. Si n cambio en su segunda aventura política, la del CDS donde tendré una relación muy estrecha y fluida. Integrado mi partido en el PSOE, y quedando yo independiente, un día Adolfo me invitó a participar en su candidatura para las elecciones europeas, y acepté. Pero, sobre todo, cuando mas relación, tanto personal como política, tuve con él, fue a raíz de la internacional liberal y progresista en donde Adolfo fue elegido presidente y yo ocupe una vicepresidencia. Recorrimos durante un par de años gran parte de América Latina y de Europa del Este: dábamos conferencias, tomábamos contactos con nuevos y viejos dirigentes políticos de diversas ideologías. La aventura del CDS terminó, como es sabido, frustrada por múltiples causas pero de modo especial porque el bipartidismo se había ya afianzado.
Adolfo Suarez tuvo, de esta manera, luces como visionario pragmático en la refundación del Estado democrático y con éxito indiscutible, pero como hombre de partido en UCD y CDS el destino no le será propicio. Fue católico practicante, pero abierto y distinguiendo bien la esfera civil y la eclesiástica; progresista en el campo internacional, reacio a la política de bloques de entonces, y europeísta sincero; defensor firme de las libertades y, en el ámbito económico, mas socialdemócrata que neoliberal. Y, sobre todo, un hombre con dignidad empeñado con valentía (como acreditó en el golpe del 23-F, entre otras cosas) en asentar la tolerancia, el diálogo y la honestidad como nortes de la vida pública, hoy valores lamentablemente devaluados.
raul morodo
Inevitablemente, tenía que llegar. Desde hace algo más de diez años, Adolfo Suárez vivía ajeno al mundo, acosado por una dolencia que le fue apartando poco a poco de la relación con sus más próximos, y de toda la ciudadanía que hoy llora su muerte.
Pocas veces puede decirse que un hombre fue providencial para un país, en los momentos más difíciles de su historia. Y ese fue el caso, precisamente, de Suárez, cuando en el proceso de la transición española a la democracia, por encargo efectivo del rey Juan Carlos -aunque hubiera una terna del llamado Consejo del Reino, etc. etc. -, eligió a Don Adolfo como Presidente de su segundo Gobierno; en una senda, ya directamente a la democracia, que él abrió, en conversaciones con la oposición.
Si la Carta Marga de 1869 debería llevar el nombre de “Constitución Prim”, como la de 1.876 llamamos generalmente “Constitución Cánovas”, la de 1.978 debería denominarse, en lo sucesivo, “Constitución Suárez”. Porque fue en la breve legislatura que terminó en 1.980, la que nos permitió, con no poco entusiasmo, elaborar nuestra vigente Ley de Leyes.
Y esa Carta Magna que hoy nos rige, fue en gran medida posible por una decisión personal de Suárez, los Pactos de La Moncloa, cuando de mano maestra reunió a todo el arco parlamentario, en octubre del 77, para redactar un programa de transformaciones económicas, políticas y de derechos sociales y humanos, que prefiguraron la propia Constitución, y que marcaron el primer gran consenso, para, orillando los peligros de un enfrentamiento nacional y de un golpismo siempre posible, entrar en la vía definitiva de nuestra democracia.
Personalmente, estimo que Suárez fue, como ya dije antes, uno de esos raros casos de hombre providencial -solamente comparable, en el siglo XIX, con el General Prim, de muy otro talante y en muy distinto contexto-, porque supo coordinar las fuerzas democráticas en una transacción con quienes ya se habían percatado de que la persistencia del régimen anterior era completamente imposible.
Los últimos años de Suárez fueron un largo proceso de sufrimiento personal. Y no tanto por sus desventuras políticas, por el agotamiento de su proyecto del CDS, sino sobre todo, por la trama de penalidades familiares, de pérdidas irreparables de algunos de sus seres más queridos. Y luego, la dolencia que se nos llevó a una persona de buen carácter, con don de gentes, que supo transformarse en un verdadero demócrata, y que levantó su voz -”puedo prometer y prometo…”-, en defensa de los intereses generales de todos los españoles, para encontrar una concordia que fue imposible en tantas ocasiones de la anterior Historia de España.
Descanse en paz el estadista, el líder, y la persona entrañablemente buena que siempre fue Suárez; que ya queda definitivamente instalado, no sólo en el corazón de todos los que le conocimos, sino también en el recuerdo inamovible de la Historia.
ramon tamames
LA agonía de Suárez casi cuarenta años después de su llegada a la Presidencia del Gobierno en 1976, pone en evidencia tres cosas que definen bien a España y los españoles. La primera es que en este país hay que morirse para que a uno le consideren. Suárez fue muy mal tratado cuando lo nombraron, durante toda su estancia en el poder y cuando dimitió. Y ahora que se muere le llega una avalancha de elogios. A los jóvenes de mi generación nos pareció fatal que un falangista fuese elegido por el Rey como sustituto de Arias Navarro. Nos pareció un error.
Es famoso el artículo que publicó en El País en julio de 1976 Ricardo de la Cierva, nieto de un ministro de Alfonso XIII e historiador vinculado al régimen anterior: "¡Qué error, qué inmenso error!". De la Cierva se estaba reciclando y le pareció que el primer Gobierno de la Monarquía era demasiado franquista. El historiador echaba en falta a la oposición, a las regiones y a las mujeres, por citar tres lagunas. Después rectificó su criterio y Suárez demostró que no era rencoroso, porque le hizo ministro de Cultura en el 80.
A su primer Gobierno, en el que no había grandes nombres, sino gente de segunda fila, se le descalificó como un gabinete de PNN. Es decir que en vez de catedráticos había profesores no numerarios, los de menor rango académico. A pesar de las reprobaciones, varios de aquellos ministros tuvieron largo recorrido, como Marcelino Oreja, Fernando Abril Martorell o Leopoldo Calvo Sotelo.
La segunda consideración es que muchos de los que elogian con esmero al moribundo, lo despellejaron cuando ejercía. El PSOE fue a degüello, en particular después de la derrota de 1979. Tan famoso como el artículo de De la Cierva es el apodo que le puso Alfonso Guerra: Tahúr del Misisipi. El número dos de los socialistas le dedicó muchas de sus habituales frases lapidarias, como "es un perfecto inculto, procedente de las cloacas del franquismo". Ahí queda eso. Valga Guerra como ejemplo, pero Suárez se convirtió en un puching ball con el que se propasaron propios y extraños hasta su caída.
La última reflexión es que este país ha cambiado de manera radical en estos 40 años. Cuando Suárez llegó a La Moncloa los matrimonios civiles eran rarísimos; estaban teóricamente legalizados desde 1969, pero se exigían muchos trámites y requisitos como la apostasía de la religión católica. La cosa ha cambiado tanto que desde 2009 hay una mayoría de bodas civiles en España. Bajo el mandato de Suárez se aprobó una ley del divorcio: ahora se discute sobre si la ley del aborto debe ser de supuestos o plazos. En las últimas semanas se habla mucho de impuestos. Pues el IRPF se creó durante el Gobierno del hombre que se muere.
No sería mal epitafio decir que nos equivocamos con él. Que fue un error, pero nuestro.
diario de sevilla
Si el Rey fue el inspirador y director de la Transición, Suárez fue el magnífico ejecutor y Fernández-Miranda el gran estratega. A ambos el Rey los he recompensado con los mayores honores que puede conceder la Corona a los que la sirven: la Grandeza de España y la Insigne Orden del Toisón de Oro.
Ahora se ve claro que Suárez fue un hombre de Estado que al igual que Cánovas sentó las bases de una Constitución que ha permitido la convivencia en España después de una historia azarosa. La grave situación actual, equiparable a la de la Transición, exige personas que antepongan los intereses de España a los de partido, como hizo el duque de Suárez, pero para eso hacen falta políticos que estén a la altura de las circunstancias.
diario de las palmas
Termina un capítulo muy importante de la historia contemporánea de España. La muerte de Adolfo Suárez, el gran acierto del Rey al emprender la transición democrática, pone fin a una etapa que cambió en pocos años la fisonomía de nuestro país. La triste noticia invita a recordar unos hechos y unas circunstancias que marcaron –y hay que apresurarse a añadir que en su mayor parte para bien– nuestras vidas. Quizás podrían resumirse en una frase: entre el Rey y el presidente del Gobierno que don Juan Carlos eligió, consiguieron en un tiempo récord sacar a España de su anquilosamiento ancestral para situarlo en la rampa de despegue hacia el futuro.
“¡Qué gran error, que inmenso error!”, aseguran que exclamó un historiador de ideas retrógradas, cuando se enteró de que no era un personaje emblemático de la vieja estirpe del régimen quien tendría que encargase, como esperaban los adeptos, de cambiarlo lo mínimo para que todo siguiese igual. Y eso que el elegido por sorpresa, Adolfo Suárez, no era un extraño al sistema: había desempeñado ya cargos de responsabilidad y en esos momentos era el secretario general del Movimiento, el jefe del partido único que tanto se resistía desde su monopolio a un cambio político que partiese de la pluralidad democrática. Poca clarividencia, sí, o quizás mucha, la de aquel pope del inmovilismo.
Mucha clarividencia aquella, quizás también sí, porque la llegada de Adolfo Suárez a la presidencia del Gobierno implicaría la derrota, bien es verdad que por fortuna sin sangre, de los principios y actitudes a las que los hagiógrafos de Franquismo se aferraban. Suárez reunía muchas cualidades para llevar a cabo la feliz misión que se le encomendaba. Para empezar, era joven, exhibía entusiasmo por todo lo que emprendía, tenía capacidad de trabajo sin límites, don de gentes a raudales, buena disposición para interpretar y cumplir órdenes –las del Rey-- y, muy importante, el recuerdo de la camisa azul que había vestido en numerosas ocasiones tranquilizaba a los ortodoxos y artífices de la dura post guerra que la Dictadura había gestionado sin concesione.
diego carcedo
Quizás carecía de experiencia en el juego democrático que tenia el encargo de iniciar y, aunque era abogado, tampoco contaba con conocimientos profundos de teoría política y del manejo de los instrumentos adecuados para aplicarla. Pero para eso contaba con el tercer hombre del trío promotor de tan arriesgada empresa, el inteligente e imaginativo catedrático asturiano Torcuato Fernández Miranda. Adolfo Suárez enseguida se hizo con el control del proyecto, de unos planes que en su complejidad muy pocos conocían a fondo, y no sin dificultades ni sobresaltos de verdadero infarto, consiguió sacarlos adelante. Ahí está el recuerdo de sus últimas horas en el poder, la fatídica tarde y noche del 23-F, cuando dio el ejemplo, que certificaría su talla, desobedeciendo la amenaza del fusil que le conminaba a arrojarse al suelo.
Adolfo Suárez pasará en las próximas horas al panteón, simbólico al menos, de las grandes personalidades que protagonizan la historia de España. Se le recordará por muchos méritos contraídos en unos momentos decisivos. También aparecerán sombras aunque insuficientes para eclipsar su memoria y las actuaciones que la ilustran. A estas alturas sólo algunos recalcitrantes se aferran a la convicción que su elección fu un error. Antes al contrario, fue y es el momento de proclamarlo, uno de los grandes éxitos que enmarcan la contribución de don Juan Carlos en su propósito de rescatar a España del anacronismo en que yacía para reincorporarla a su lugar en el panorama internacional. Es absurdo especular cómo habría sido semejante reto con otro nombre al frente del Gobierno
Mejor, seguramente no. Adolfo Suárez deja una imagen envidiable de reconversión a la democracia y de respeto a los principios de la libertad. Hizo posible la tesis de establecer un nuevo sistema a través de la legalidad del Régimen y de ilustrarlo con una nueva filosofía que invalidaba sin virulencia la de la herencia recibida. Deja en la duda histórica sólo un vació que, primero su cautela y después la pérdida de memoria que sufrió hasta el final, se mantiene. Es la razón última, la gota de agua que colmó el vaso rebosante de conflictos en que se había convertido la situación política, que le impulsó de manera sorpresiva a presentar su dimisión. Nunca lo reveló, ni siquiera apuntó destellos suficientes para desmentir los rumores, algunos descabellados y otros no tanto, que circularon entonces sobre todo a la vista de la intentona golpista que empañó su sucesión.
diego carcedo
Su elección fue una sorpresa colosal para todos. Pero no para el Rey, para Torcuato Fernández Miranda, presidente de las Cortes y del Consejo de Reino, y pocos más. El Monarca designó presidente del Gobierno a Adolfo Suárez con la misión de desmontar los robustos vestigios del franquismo y abrir la puerta a la democracia, en síntesis, hacer la Transición. Parecía demasiada tarea para aquel desconocido político de segunda línea y pasado franquista. El franquismo irredento se alegró porque pensó que sería un presidente manejable; los reformistas del régimen, los que suscribieron el ‘¡Qué error, qué inmenso error!’» de Ricardo de la Cierva, le negaron el pan y la sal porque su nombramiento supuso la defenestración de los suyosa; y la oposición democrática, el PSOE y los nacionalistas ya que los comunistas seguían en la ilegalidad, rechazaron la elección del Rey porque veían en Suárez al camisa azul depositario de las esencias del régimen.
La elección no cogió por sorpresa a Suárez. El teléfono sonó y era el Rey. Don Juan Carlos le pidió que se acercara al palacio de la Zarzuela. Cogió el Seat 127 y se plantó en la residencia real.
La llamada del Rey
«Joder, Majestad, creí que no ibas a pedírmelo nunca»
El Monarca no se anduvo con rodeos, le ofreció el cargo que ansiaba y de su respuesta hay dos versiones: «Joder, Majestad, creí que no ibas a pedírmelo nunca» y «Por fin, ya era hora». Al día siguiente juró el cargo. La actividad de Suárez y su equipo fue frenética. Antes de que acabara aquel mes aprobó su primera amnistía; en noviembre, las Cortes todavía franquistas se hacían el harakiri con la ley de reforma política que hizo añicos las leyes fundamentales del Movimiento; el desmantelamiento jurídico y político del régimen fue refrendado en referéndum por la ciudadanía un mes después; el 9 de abril de 1977 legaliza el Partido Comunista de España; convoca las primeras elecciones democráticas para el 15 de junio a las que se presenta como líder de la recién creada Unión de Centro Democrático; en agosto se reúne la ponencia que redactará la Constitución; el 25 de octubre se firman los pactos de la Moncloa; y en aquellos primeros meses se fraguan los cimiento del Estado de las autonomías. Todo en poco más de un año. Llegaba su viacrucis.
diario de leon
El cáncer llamó a la puerta de la familia Suárez Illana en noviembre de 1992. Su hija Mariam tenía 29 años, un embarazo de tres meses y un matrimonio feliz cuando recibió el zarpazo del carcinoma en una mama. Desde el diagnóstico, se constituyó el grupo de apoyo familiar que, capitaneado por el padre, arropó y apoyó a la enferma. La nueva etapa de la trayectoria vital de Adolfo Suárez se convirtió en el reverso de la moneda de lo que había sido el periodo anterior. La actividad pública y la pasión política desaparecieron por completo para ser sustituidas por una intensa dedicación a la familia, a los hijos, a la enferma y, sobre todo, a Amparo.
La enfermedad
«Papá se murió Mariam». «¿Qué Mariam»?, contestó él, ausente
Ella se convirtió en la primera preocupación de toda su existencia y acaparó su tiempo y cuidados, cuando también padeció el temible diagnóstico que, más tarde, acabaría por alcanzar a Sonsoles, la hermana más pequeña. A medida que proliferaban las muestras de reconocimiento de toda la sociedad a los méritos de su labor política, más se encerraba él entre las cuatro paredes de su casa. Ya fuera en Madrid o en Palma de Mallorca. Él aseaba, alimentaba, le administraba la medicación y acomodaba en el lecho con amorosa dedicación a su mujer. Así, durante años. Su cerebro se fue haciendo perezoso hasta dejar de funcionar como un reloj sin cuerda. Primero, se negó a recordar y después, el órgano se resistió a cumplir con su labor de control central de los pensamientos, las funciones y los sentidos. «Papá, se murió Mariam», le comunicó un día su hijo Adolfo, quien se convirtió en el jefe de la familia y protector de su padre en los últimos años. «¿Qué Mariam?», preguntó él, ausente.
diario de leon
HA muerto Adolfo Suárez González, Duque de Suárez. Coincidí con Adolfo Suárez cuando estudiaba en la Universidad de Salamanca de la que yo era catedrático. Terminada la carrera ocupó cargos públicos y me invitó a diversos cursos de conferencias que se impartían en el castillo de Peñíscola.
Muerto Franco y ante la sorpresa de muchos, el Rey lo nombró presidente del Gobierno y alguno que posteriormente designó ministro, escribió un artículo titulado "Qué error, qué inmenso error".
En unas circunstancias muy difíciles consiguió la aprobación por las Cortes franquistas de la Ley de Reforma Política que, sometida a referéndum, obtuvo una inmensa mayoría.
Adolfo Suárez tuvo que superar con valentía graves obstáculos que de no hacerlo no se hubiera podido celebrar las elecciones. Me refiero a la legalización del Partido Comunista, lo que le costó serios disgustos con importantes militares.
Cuando se celebraron las primeras elecciones democráticas en 1977, verano en el que consiguió el Betis la primera Copa del Rey, me llamó para proponerme al Rey como Ministro de las Regiones y consiguió el extraordinario logro de aprobar una Constitución con el consenso de las fuerzas políticas y así se pasó de un régimen autocrático a un régimen democrático, labor que consiguió siguiendo las directrices del Rey.
manuel clavero arevalo
Aprobada la Constitución se celebraron las segundas elecciones democráticas y primeras constitucionales, ganadas también por UCD y entonces me propuso al Rey como ministro de Cultura.
Cuando se elaboraba la Constitución me opuse a que hubiera dos clases de comunidades autónomas: Cataluña, el País Vasco y Galicia y las demás, entre las que se encontraba Andalucía. Conseguí que se introdujera en la Constitución el artículo 151 que estableció un riguroso procedimiento para acceder a una autonomía igual que la de Cataluña, País Vasco y Galicia. El texto del artículo 151, aprobado por Adolfo Suárez, lo redactamos en mi casa de Madrid Miguel Herrero de Miñón y yo.
Tuve una importante diferencia con Adolfo Suárez con motivo de la celebración del referéndum del 28 de febrero de 1980, el Gobierno y UCD acordaron proponer a los andaluces que se abstuvieran o votaran en contra o en blanco, lo que me llevó a dimitir como ministro. No obstante, se reanudaron nuestras relaciones cuando abandonó UCD y creó el CDS, y me propuso la presidencia del partido en Andalucía, lo que no acepté.
Adolfo Suárez ha sido uno de los grandes políticos, por no decir el mejor, de los que España ha tenido en el siglo XX. Desgraciadamente perdió la memoria en los últimos años de su vida y cuando el Rey fue a su casa a imponerle el Toisón de Oro, Adolfo le preguntó "tu quien eres" a lo que el Rey respondió "un amigo tuyo". Si Adolfo Suárez perdió la memoria, los españoles nunca perderán la memoria de lo que hizo por España.
También recuerdo que tras la dimisión de Adolfo Suárez, Rodolfo Martín Villa nos convocaba a todos los que habíamos sido ministros con Adolfo Suárez para almuerzos con motivo de las elecciones, almuerzo que bajo la presidencia de Adolfo Suárez, se celebraban en el restaurante José Luis situado detrás del estadio Santiago Bernabéu. El importe del almuerzo lo recogían de los comensales los que habían sido ministros de Hacienda con Suárez que eran Carriles y García Añoveros.
manuel clavero arevalo
¡Qué buenos han sido los muertos! Uno no puede si no sonrojase por el recital de elogios que una vez fallecido recibe Adolfo Suárez. Provienen de los mismos que en vida no les dolieron prendas para los ataques más crueles.
Al ex presidentene le dieron hasta en el carnet de identidad con saña, desde su nombramiento (que alguien recibió con un “qué error, que inmenso error” y después el señoría del Duque incluso lo hizo ministro) hasta el calificativo de “tahúr del Mississipi” con que le obsequió Alfonso Guerra en la campaña electoral del 79, pasando por la sangrante moción de censura que le obsequió el PSOE.
Tampoco podemos olvidar la falta de caridad cristiana de la Iglesia española cuando en el año 1981 se le ocurrió nada menos que reconocer el derecho que en un estado laico los españoles tenían al divorcio. Cabe recordar la beligerancia que recibio de aquellos que en su calidad de máximo responsable del movimiento le acusaron de perjuro mientras que altos cargos militares presionaban al Rey para que lo cesara después –y antes- del sábado santo rojo (cuando por sorpresa legalizó al Partido Comunista).
Suárez se inventó la Unión de Centro Democrático, una extraña macedonia en la que cabía casi todo el mundo y que funcionó como maquinaria electoral pero pronto se convirtió en un nido de víboras y traiciones que le abocó a una dimisión que el Rey aceptó encantado.
Sólo cuando Adolfo Suárez se retiró de la política han empezado a reconocer su gran obra y la importancia histórica que tuvo su gestión.
Viendo las plañideras alabanzas que recibe el artífice de la transición uno no se resiste en pensar que hubiera sido más positivo que se lo hubieran reconocido cuando mandaba.
Algunos se han excusado por la dureza que atacaron la etapa presidencial de Suárez. Sería bueno que lo que han hecho sufrir al abulense sirviera de lección para el futuro quehacer político. Claro que seguramente estas alabanzas s sólo son cosas que se dicen en los entierros.
diario abierto
Suárez, visionario, marcó los tiempos y los procedimientos con un ritmo frenético, y consiguió el éxito: en 1978 se aprobaba la nueva Constitución, que nos homologaba con el mundo occidental. Contó para ello con la mejor clase política que cabía imaginar, ya que buena parte de la sociedad civil puso pie a tierra para colaborar en aquella edificación vital.
No puede cerrarse esta necrológica doliente escrita con la precipitación de la urgencia que marca la impronta periodística sin resaltar que, además de sus valores políticos, Suárez fue un personaje entrañable, afectuoso, cabal, sensible a los problemas ajenos y resignado a quemarse personalmente en el desempeño inexorable de su destino. Como es conocido, Suárez, convertido en un secundario excéntrico y molesto cuando su gran obra había quedado concluida, dimitió de la presidencia del Gobierno en 1981, y se convirtió en el gran jubilado de oro de la política española, con la que nunca entroncó de nuevo de forma completa. Tuvo que resignarse a aceptar su condición de ex, vestigial e ingrata, aunque el pueblo llano nunca olvidó esa historia que, según Santayana, tendríamos que repetir si alguna vez llegáramos a olvidarla.
La muerte de Suárez representa, en fin, el acceso definitivo a las alacenas de la historia de aquella generación heroica que nos entregó el modelo de convivencia de que hoy disfrutamos. No tendría sentido dilapidarlo sin calibrar el esfuerzo que costó traerlo hasta aquí.
antonio papell
Comentario:
Un grand homme d'Etat en des temps extrêmement difficiles.
Le seul chef de gouvernement espagnol respecté par tous ses adversaires.
Comentario:
L'Espagne perd un de ses grands hommes. Adolfo Suarez fut l'un de ceux qui comprirent dès les années 60 que l'Espagne avait toute sa place dans l'Europe démocratique pour peu qu'elle renonce à ses maux du passé, la lutte et la violence entre les factions, la guerre civile, les exécutions sommaires et massives, et s'avance en toute liberté vers la réconciliation nationale.
Comentario:
es seuls politiciens qui soient de vrais hommes d'Etat travaillent à encourager un consensus parmi leurs concitoyens. La négociation est leur levier. Contrairement aux politiciens qui cherchent à cliver l'opinion sont clairement des égotistes frappé de mégalomanie, Suarez était d'une autre fibre. Il n'a jamais tenté de jeter le discrédit sur ses adversaires politiques, n'a jamais fait montre de hargne, n'a jamais pratiqué ou laissé pratiquer ce qu'on baptise aujourd'hui du beau nom, si français, de "bashing". C'était un type bien à beaucoup de points de vue.
Comentario:
Moi qui vit en Espagne depuis 10 ans sa mort est une grande perte. Ayant beaucoup d'amis espagnol son visage et son œuvre m'accompagne depuis tout petite. Paix à son âme et merci pour tous les coups qu'il a pris pour son pays.
FOX NEWS
MADRID – Adolfo Suarez, Spain's first democratically-elected prime minister after decades of right-wing rule under Gen. Francisco Franco, has died aged 81.
Family spokesman Fermin Urbiola said Suarez died Sunday afternoon in Madrid's Cemtro Clinic hospital. Suarez had been suffering from Alzheimer's disease for some 10 years.
The exact cause of death wasn't immediately made known. He has been admitted to the hospital Monday with pneumonia. On Friday, his son Adolfo said his condition had deteriorated and that he was expected to die within days.
One of Spain's most respected politicians, Suarez, was chosen in 1976 by King Juan Carlos to lead the country toward a democratic parliamentary monarchy after Franco's death a year earlier.
He served as prime minister until 1981.
LA STAMPA.
È morto l’ex premier spagonolo Adolfo Suarez. L’uomo politico il cui ruolo nella transizione alla democrazia è stato cruciale se ne è andato all’età di 81 anni, a Madrid. A dare notizia del decesso è stata la famiglia del primo capo del governo spagnolo democraticamente eletto dopo la morte di Francisco Franco, nel 1975. Le condizioni di Suarez, che soffriva di Alzheimer da molti anni, si erano ulteriormente aggravate nelle ultime ore.
L’uomo politico assunse diversi incarichi sotto il regime franchista, tra cui quello di direttore della radio-tv pubblica e di vicesegretario del Movimiento, il partito unico del Caudillo. Nel 1976, all’età di 43 anni, re Juan Carlos lo incaricò di formare un governo che traghettasse alle prime elezioni del post-franchismo, che poi vinse guidando una coalizione di formazioni di centro-destra raggruppate nell’Unione del Centro democratico (Ucd). Complessivamente guidò il governo spagnolo dal luglio 1976 al febbraio 1981, completando la dissoluzione del regime franchista e guadagnandosi grande popolarità.
Correio da manha / ESPANHA VAI DESPEDIR-SE COM "SINCERA E JUSTA HOMENAGEM" (15h49)
O ex-primeiro-ministro espanhol José Luis Zapatero acredita que Espanha se vai despedir de Adolfo Suárez com uma "sincera, justa e unânime homenagem", porque é uma ocasião para não se conterem sentimentos e elogios. "Merece-o ele e merece a Espanha", afirmou.
Em comunicado, Zapatero sublinhou que Suárez "liderou a transformação de uma nação velha e rasgada num país democrático e reconciliado consigo mesmo".
Por seu lado, o primeiro secretário do Partido Comunista de Espanha, Nicolas Sartorius, considerou que Suárez foi "a pessoa adequada e no momento adequado" já que teve a vontade firme de acabar "o ciclo dos conflitos" das anteriores constituições.
Sartorius enfatizou que foi essa vontade de consenso e de procurar grandes acordos - como a legalização do PCE - que o levou a escrever um "capítulo inédito" na história de Espanha.
O também co-fundador de sindicatos destacou ainda o seu caráter "afetuoso" no trato pessoal e o carisma de pessoa aberta.
REI DE ESPANHA DESTACA LEALDADE DO EX-PRIMEIRO MINISTRO ESPANHOL (15h45)
O rei de Espanha, Juan Carlos, rendeu uma sentida homenagem ao antigo chefe do governo espanhol Adolfo Suárez, que esta quarta-feira morreu aos 81 anos, considerando-o um "colaborador excecional e um amigo leal".
A Casa Real espanhola difundiu uma mensagem de pêsames de Juan Carlos, gravada para a televisão, pelo falecimento de Suárez, tendo o monarca espanhol valorizado a lealdade do ex-primeiro-ministro espanhol à Coroa espanhola e "a tudo o que ela representa: a defesa da democracia, do Estado de direito, da unida e da diversidade de Espanha".
DURÃO BARROSO MANIFESTA ADMIRAÇÃO POR "FIGURA CHAVE DA HISTÓRIA" ESPANHOLA (15h40)
O presidente da Comissão Europeia, José Manuel Durão Barroso, lamentou este domingo a morte do ex-presidente do governo espanhol Adolfo Suárez, manifestando a sua admiração pela "figura chave" que foi na história de Espanha.
"Sinto profunda tristeza ao saber da morte de Adolfo Suárez. Inspiração para os políticos europeus e figura chave na história de Espanha. Toda a minha admiração", escreveu Durão Barroso na rede social Twitter minutos depois da notícia da morte.
No Parlamento Europeu (PE), o Partido Popular Europeu (PPE) reagiu à morte de Suárez através da mesma rede social.
"Condolências à família de Adolfo Suárez. O seu valente exemplo político perdurará para sempre na nossa memória", escreveu o secretário-geral do PPE, Antonio López Istúriz.
EL UNIVERSAL. VENEZUELA
lunes 24 de marzo de 2014 12:00 AM
Madrid.- Adolfo Suárez, presidente del Gobierno durante la Transición española y "hombre de concordia que hizo posible la democracia", falleció este domingo a los 81 años de edad, entristeciendo a un país que se preparaba para honrarlo.
Murió por la enfermedad de Alzheimer, que padecía desde hace más de una década y que, contrariamente al resto de España, le hizo olvidar quién era, destacó AFP.
El rey Juan Carlos, con quien Suárez mantuvo una estrecha relación, lamentó la pérdida de "un colaborador excepcional" y "un amigo leal".
"Pero el dolor no es obstáculo para recordar y valorar uno de los capítulos más brillantes de la historia de España, la Transición, protagonizada por el pueblo español, impulsada por Adolfo y yo junto con un excepcional grupo de personas de diferentes ideologías", afirmó el monarca, de 76 años.
Antiguo hombre del aparato franquista, Suárez fue encargado en 1976 de formar Gobierno por el Rey, tras su coronación el 22 de noviembre de 1975, dos días después de la muerte del dictador Francisco Franco.
El mandato de Suárez fue ratificado después en las primeras elecciones democráticas de España, en 1977.
Se convirtió así en una de las figuras más emblemáticas del delicado periodo que permitió a España pasar página de una dictadura iniciada en 1939 tras tres años de Guerra Civil.
Suárez "es una de las figuras más importantes y positivas de nuestra historia común", afirmó el actual jefe del Gobierno, Mariano Rajoy. "Es el momento de mostrar nuestro respeto y nuestro agradecimiento a aquel hombre de concordia que hizo posible la democracia en España y nos abrió las puertas de Europa", agregó.
Felipe González dijo de Suárez que "el paso de una dictadura a una democracia pluralista, tantas veces frustrada (en España)... se debe a su tarea".
José María Aznar acudió a la clínica en la que murió Suárez para dar el pésame a la familia y, allí, aseguró que el fallecido ya tiene "un puesto de honor" por su aportación a la democracia y a la Historia.
José Luis Rodríguez Zapatero se mostró convencido de que España despedirá a Suárez con un "sincero, justo y unánime homenaje", porque es ocasión para no contener los elogios.
Para el presidente francés, François Hollande, con la muerte de Suárez "se apaga una de las grandes figuras de la España contemporánea".
Durante el Gobierno de Suárez se llevaron a cabo las principales reformas para que España se convirtiera en una democracia, como la legalización de todos los partidos políticos, la redacción de la Constitución y su aprobación por referéndum en 1978.
Líder carismático admirado por su talento conciliador, puso así las bases para permitir la entrada de España en la Comunidad Económica Europea, embrión de la UE, en 1986.
El Boletín Oficial del Estado ha publicado este lunes un real decreto por el que se decretan tres días de luto oficial por la muerte del expresidente del Gobierno Adolfo Suárez, tal como anunció el domingo el jefe del Ejecutivo, Mariano Rajoy.
"Se declara luto oficial desde las 00 horas del día 24 de marzo hasta las 24 horas del día 26 de marzo, durante los cuales la Bandera Nacional ondeará a media asta en todos los edificios públicos y buques de la Armada", dice el texto firmado por el Rey de España y el presidente del Gobierno.
A partir de ese momento se ha puesto en marcha el protocolo previsto para estas ocasiones, aprobado por José Luis Rodríguez Zapatero. Hasta el miércoles, todas las banderas de los edificios públicos españoles, incluidas embajadas, consulados, gobiernos autonómicos y locales, ondearán a media asta, según han explicado a Europa Press fuentes gubernamentales.
Asimismo, quedarán suspendidos los actos que conlleven celebraciones, norma por la que están concernidas todas las instituciones públicas.
Rajoy compareció en el Palacio de la Moncloa para leer una breve intervención en la que destacó que Adolfo Suárez fue el mejor punto de encuentro entre los españoles, durante la Transición, siempre de la mano del rey Don Juan Carlos.
La capilla ardiente de Adolfo Suárez se instalará en el Congreso de los Diputados, según han informado fuentes gubernamentales.
Esta será la tercera vez que el Congreso de los Diputados acoge una capilla ardiente en la Historia de la democracia. El protocolo de este tipo de actos establece que tras el velatorio privado para la familia y amigos, el cuerpo sea trasladado al Congreso, donde quedará instalado en el Salón de Pasos Perdidos.
Así ocurrió cuando falleció el expresidente del Gobierno Leopoldo Calvo-Sotelo. La capilla ardiente de Gabriel Cisneros fue la primera en la historia de la democracia que se instaló en la Cámara Baja. Aquel 27 de julio de 2007, los restos mortales de este padre de la Carta Magna fueron instalados en el vestíbulo de Isabel II de la Cámara Baja. Un año más tarde, el 4 de mayo de 2008, se instaló la capilla ardiente de Calvo-Sotelo, esta vez en el Salón de Pasos Perdidos.
No ocurrió así cuando fallecieron los también padres de la Constitución Manuel Fraga, Gregorio Peces-Barba y Jordi Solé Tura, y también el expresidente de la Cámara Baja Félix Pons, pues así lo decidieron sus familiares, que declinaron el ofrecimiento para instalar en la Cámara la capilla ardiente.
Los comentaristas son de lujo.
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