viernes, 24 de mayo de 2013

CONTRADEMOCRACIA: LA NECESARIA DESCONFIANZA FRENTE AL PODER.



La erosión de la confianza de los ciudadanos en sus dirigentes y en las instituciones políticas es uno de los fenómenos más estudiados por la ciencia política en los últimos veinte años, según afirma el historiador y pensador francés Pierre Rosanvallon, al comienzo de su libro “La Contrademocracia. La política en la era de la desconfianza”.

La desconfianza frente al poder ha estado presente, desde un principio, en el diseño de las instituciones democráticas: el interés en preservar la libertad de los individuos frente al poder del Estado llevó a formular, ya a Montesquieu, la necesidad de una separación de los poderes del Estado (legislativo, ejecutivo y judicial), de manera que un poder pudiese frenar a otro poder; además, la desconfianza democrática se erige como un elemento de control ciudadano para que el poder sea fiel a sus compromisos, permaneciendo al servicio de los intereses generales de la sociedad y asegurando el efectivo desarrollo de los derechos de los ciudadanos.

Esta desconfianza democrática –que da lugar a la aparición de poderes de control o vigilancia, de obstrucción y de enjuiciamiento- es lo que Rosanvallon denomina “contrademocracia”.

Si bien la legitimidad del poder –la confianza básica otorgada por los ciudadanos- se origina con las elecciones democráticas, el vínculo electoral, el compromiso de los electores con los electores, resulta insuficiente para que los gobernantes cumplan con sus compromisos, por lo que es preciso un “contrapoder”, no sólo institucional (como se diseña en la separación de poderes), sino sobre todo cívico: es necesario que los electores vigilen a los elegidos.

Esta labor se desarrolla, según Rosanvallon, de tres maneras fundamentales: mediante la vigilancia, la denuncia y la calificación. Dichas formas de actuación sirven para poner a prueba la reputación de un poder. Este contrapoder, a diferencia del derecho de sufragio, puede ejercerse de forma permanente y puede ser realizado tanto por individuos como por organizaciones de la sociedad civil. La noción de poder de control ha sido claramente formulada, en su alcance y sus efectos, desde la Revolución Francesa: “el gobierno representativo se convierte pronto en el más corrupto de los gobiernos si el pueblo deja de inspeccionar a sus representantes”.

La contrademocracia –esa labor de control, vigilancia y denuncia que esta Asociación lleva desarrollando desde hace ya seis años, en lo que afecta a la función pública- no debe confundirse, en ningún caso, con comportamientos antidemocráticos, pues su finalidad es precisamente velar para que las instituciones democráticas no defrauden a los ciudadanos y ejerzan correctamente su función. El buen ciudadano, como señala Rosanvallon, no es únicamente en elector periódico, sino también aquel que vigila de forma permanente, que interpela a los poderes públicos, los critica y analiza. Claro está, desde el respeto a los principios y valores del sistema democrático.

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