viernes, 2 de abril de 2010

DEFENSA DEL ESTADO DE DERECHO.

Esta Asociación, a lo largo de sus más de tres años de actividad, ha tratado de enfatizar el necesario compromiso de los servidores públicos con el Estado de Derecho. Los ciudadanos eligen a los gobernantes en los diferentes procesos electorales -de ahí la legitimación democrática del poder político-, pero los servidores públicos acceden -o deberían acceder- al ejercicio de sus funciones conforme a los principios señalados en la Constitución Española, como son los de igualdad, publicidad, mérito y capacidad.

La función pública -en sentido objetivo- es un elemento decisivo para el buen funcionamiento del Estado de Derecho. De ahí el que algunos servidores públicos de la Administración autonómica pensásemos, en su día, en la necesidad de unirnos para defender y reivindicar el respeto a sus valores y principios. Defender la función pública es defender el Estado de Derecho, el principio de legalidad, los derechos de los ciudadanos, la igualdad de todos ante la ley, la plena vigencia de la Constitución Española, el buen funcionamiento institucional, la separación de poderes y el Estado autonómico.

Si es cierto que quien defiende su derecho está defendiendo el interés de todos, pues en el derecho de cada uno está comprometida la vigencia efectiva de las leyes y, por lo tanto, el derecho de todos, la defensa de la función pública, como institución al servicio de la ciudadanía y del correcto funcionamiento institucional, nos parece de extraordinaria importancia. Es posible, sin embargo, que dicha importancia no se aprecie suficientemente ni siquiera por quienes forman parte de la función pública, estatal, autonómica o local. A veces, la cercanía del poder político -algo que se aprecia especialmente en el ámbito de las administraciones públicas- es razón más que suficiente para evitar tomas de posición que pueden ser mal vistas por quienes, en última instancia, deciden nuestra suerte profesional.

El estado actual de la función pública sería difícilmente comprensible sin reparar en el debilitamiento sufrido por la posición de los servidores públicos dentro de las organizaciones administrativas. La sujeción a la legalidad, siempre que no se caiga en la perversión del mero "legalismo", no es algo que los responsables políticos sepan apreciar en la gestión pública, y se contempla con recelo y desconfianza a aquel funcionario que somete las decisiones políticas a algo tan elemental como es el análisis de su legalidad. ¿Qué otra cosa cabría hacer, cuando la Administración ha de actuar con pleno sometimiento a la ley y al Derecho? ¿Habría que olvidar dicho principio constitucional y someterse exclusivamente al poder político?

Vivimos un indudable desencuentro -o, al menos, así lo pensamos en esta Asociación- entre la cultura política de nuestros gobernantes y la cultura organizativa de los funcionarios públicos. La legitimidad de origen de unos y otros, políticos y servidores públicos, es diferente. Unos son elegidos por los ciudadanos y otros son seleccionados por razón de mérito y capacidad. Y ello es así porque el funcionamiento de nuestras instituciones se articula mediante un doble nivel, el político y el profesional. Unos marcan los objetivos a alcanzar -en su labor de dirección política- y los otros han de aplicar las medidas necesarias para que tales objetivos se cumplan, velando por que ello se haga dentro del marco de la legalidad, es decir, respetando las reglas del Estado de Derecho.

Es grave y censurable que los funcionarios públicos cuestionen indebidamente los objetivos políticos que marca un Gobierno democráticamente elegido, pero tanto o más grave es que los responsables políticos ataquen a los funcionarios públicos que tratan de hacer valer las reglas del Estado de Derecho, unas reglas que no se agotan en el respeto a los derechos de los ciudadanos, sino que se extienden necesariamente a las normas de ordenación de la propia función pública.

La vulneración de las normas que ordenan la función pública -normas fijadas en garantía de su imparcialidad y profesionalidad- constituye un cualificado menoscabo del Estado de Derecho, y de ello no parecen ser suficientemente conscientes los responsables políticos, y muy en especial quienes tienen la directa responsabilidad de velar por la función pública de cada Administración. Esta Asociación ha tratado de poner énfasis en la importancia de la función pública, y ha tratado también de diferenciar claramente los intereses de la función pública -globales y de carácter institucional- de los intereses de los empleados públicos -individuales y de carácter personal-, y, a partir de ahora, ha de pasar a formular propuestas para que la futura ordenación de la función pública, en el marco del Estatuto Básico del Empleado Público, preserve los valores y principios de la función pública y haga de los servidores públicos unos agentes cualificados del Estado de Derecho y no los reduzca a meros empleados del Gobierno.

El debate de la función pública no es ni puede ser exclusivamente el de la eficiencia y cumplimiento de objetivos -aunque, sin duda, se nos tratará de presentar de ese modo, por unos y otros, como se ha hecho al adelantar los contenidos de la futura ley de función pública aragonesa, destacando el establecimiento de primas por cumplimiento de objetivos-, pese a ser decisivo ese aspecto en lo que respecta al buen funcionamiento de los servicios propios del Estado del Bienestar. Ha de ser también el del fortalecimiento institucional de la función pública para asegurar el Estado de Derecho, algo en lo que apenas parece ponerse énfasis por los impulsores de la la nueva ley autonómica. Acaso en ese aspecto es en el que esta Asociación haya de centrar su preocupación y sus propuestas.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Sólo cuando veo que esa asociación alimenta su blog en días festivos me convenzo de que forma parte de la sociedad civil, ya que la ciudadanía no admite vacaciones ni permisos ni jornadas de ocho horas.

Anónimo dijo...

Me parece una reflexión muy oportuna en estos momentos.

Anónimo dijo...

¿Pero la comparte alguien?

Anónimo dijo...

¿Cuáles son los respaldos que ha obtenido esa asociación en tres años?

Anónimo dijo...

¿Se pueden conocer?

Anónimo dijo...

¿Existen, acaso?

Anónimo dijo...

Els diaris han publicat, aquests dies, l’inventari del luxe que hi havia a can Jaume Matas i que s’ha descobert gràcies a l’operació Buckingham (poètic nom). Escombretes de vàter de 350 euros, televisors de plasma (no sé si adaptats per a la TDT) o “un celler amb més de cent ampolles de vi, cinquanta de Vega Sicilia”.

El Vega Sicilia és un vi que es fa a la DO Ribera del Duero. L’empresa elabora el vi de gamma alta Único, que pot valdre uns 180 euros, i el Tinto Valbuena, que en val uns 89. També fan el Reserva Especial, que és una barreja de les diferents anyades bones. Un Único de l’any 1996 pot valdre 250 euros i un del 90, 325. No sé què en farà la policia, d’aquest botí. El subhastarà? Si és així, estic segura que en pagaran un bon preu. Beure’s l’Único que en Matas no es beurà perquè és a la presó val uns cèntims. Per això val la pena que la policia ho desi ben desat, en un lloc fresquet i fosc.

El que em pregunto és si tenia més coses dignes de ser begudes al celler o era un nou-ric d’aquests que –com abans es feia amb les biblioteques– es va comprar el celler per metres. Va dir “Posi’m cinquanta Vega Sicilia, que deu ser bo” o Vega Sicilia era l’única marca que la policia va fer transcendir, perquè era l’única que els sonava d’alguna cosa? Per exemple, no sé si en Matas, en honor a la terra on s’ha enriquit, envellia alguna ampolla del sempre ben ponderat celler Ànima Negra, que fa el molt emocionant Son Negre, o vins de menys de deu euros, com el sempre ponderat AN/2. Tenia en Matas el fantàstic Cuatro Kilos, un vi, també, de la terra de Mallorca, amb Cabernet, Callet, Fogoneu i Merlot, a uns 30 euros?

De tota manera, ja entenc que si en Matas s’introduïa Únicos per sopar també tingués vàters de gamma alta i escombretes del mateix preu que el vi per netejar les restes del cupatge dipositades en tassa.

EMPAR MOLINER.

Anónimo dijo...

Los detalles que se van conociendo del caso Matas invitan a una reflexión. La irritación que deja vislumbrar el escrito del juez José Castro no es muy ortodoxa bajo el punto de vista del comportamiento del poder judicial, pero expresa la mezcla de estupefacción y de incredibilidad que el magistrado debía de experimentar ante la arrogancia mostrada por el ilustre imputado en el largo interrogatorio al que fue sometido. La misma desmedida ostentación de nuevo rico que Jaume Matas hizo en su último mandato lleva a pensar en una sensación de impunidad que, en sí misma, es un síntoma. ¿Qué permite esta sensación de impunidad? Alguna cosa no funciona en el sistema político español y catalán.
El juez Antonio Pedreira, que instruye el caso Gürtel, calcula que la trama de Francisco Correa ha defraudado más de 116 millones. Mientras, los dirigentes del PSOE creen que no han sido suficientemente ágiles para aprovechar la imputación de Matas para desacreditar el adversario, y Javier Arenas entra con entusiasmo en el patético espectáculo del «y tú más». Naturalmente, la inefable Esperanza Aguirre no pierde ni un segundo para saldar cuentas con los enemigos del propio partido aprovechando el caso Palma Arena.
Cuando ya hace más de tres décadas del restablecimiento de la democracia, se ha evidenciado que la corrupción política no tiene color partidista. Ningún partido está plenamente vacunado. Es verdad que existen diferencias entre los códigos internos de las fuerzas políticas. Pero, en general, hay una relación directa entre el riesgo de corrupción y el poder gestionado. A más poder, más riesgo. Al igual que hay una relación entre el volumen de poder en disputa y el carácter implacable de la lucha política. Probablemente, esta es una de las razones que explican que la lucha política sea más áspera en Madrid que en Barcelona.
Ninguna democracia ofrece plenas garantías contra la corrupción, pero la insuficiencia de garantías en la prevención de las conductas corruptas acaba actuando como poderosa palanca de descrédito de la política. En cuanto a la política española, el tratamiento que los dos partidos hegemónicos hacen de la corrupción tiene puntos de paralelismo con la crisis económica: mientras los políticos especulan para sacar provecho partidista, la ciudadanía incrementa su desconfianza respecto a la inadecuadamente llamada «clase política». Y cada nueva aproximación demoscópica renueva datos preocupantes. El barómetro de marzo del CIS no es una excepción: los políticos aparecen como el tercer problema, detrás del paro y la economía y antes de la inmigración y el terrorismo. No parece que sea una percepción coyuntural: solo el movimiento okupa es visto con más antipatía que los partidos políticos.

ENRIC MARIN.