jueves, 26 de febrero de 2009

NUEVAS REFLEXIONES ANTE LA II ASAMBLEA GENERAL DE LA ASOCIACIÓN: COMPROMISO Y CONFIANZA EN LAS INSTITUCIONES.

Zaragoza, 26 de febrero de 2009.

La Asociación para la Defensa de la Función Pública Aragonesa ha querido dejar clara en todo momento su confianza plena en las instituciones autonómicas –Cortes de Aragón, Presidente, Gobierno de Aragón y Justicia de Aragón- y, por ello, todas las iniciativas formuladas para avanzar hacia un buen gobierno y una buena administración se han dirigido a ellas, haciendo uso de los cauces legalmente establecidos, y muy en especial a través del derecho fundamental de petición.

Nuestro compromiso con el marco constitucional y estatutario es, sin embargo, crítico y autocrítico, tanto con las insuficiencias de su funcionamiento como con las carencias de su propio diseño o configuración. No comprendemos, por ejemplo, que el Estatuto de Autonomía de Aragón no haya incluido, en su Título I de derechos, deberes y principios rectores, el derecho de los ciudadanos a una buena administración, tal y como han hecho otros Estatutos de Autonomía, recogiendo con ello la noción acuñada en el ámbito de la Unión Europea por la Carta de Derechos Fundamentales de Niza.

El impulso y la creación de esta Asociación se hizo desde la convicción de que era necesario un “giro ético” en la función pública aragonesa y también, sin duda, en el conjunto de la organización institucional de la Comunidad Autónoma, pues la realidad de nuestra función pública es una consecuencia directa del modo de entender el ejercicio del poder público por quienes, en estos momentos, ejercen las tareas de dirección política.

La necesidad de ese “giro ético” sigue siendo igual o mayor que en el momento en que se constituyó la Asociación, lo que quiere decir que hemos avanzado poco, pero al menos quienes formamos parte de esta Asociación tenemos la satisfacción de haber iniciado el esfuerzo necesario para que el “giro ético” se pueda ir produciendo paulatinamente, de modo que los responsables de las instituciones respeten y hagan respetar los valores y principios que han de regir la actividad de la Administración Pública y el papel de los servidores públicos.

Creemos que las cosas pueden y deben cambiar, y que los funcionarios públicos hemos de contribuir de forma activa a dicho cambio, abandonando toda actitud de indiferencia, escepticismo, fatalismo o cinismo.

Nuestro compromiso con el interés general y el respeto al principio de legalidad, elementos que determinan nuestra condición de servidores públicos, nos debe convertir en un imprescindible factor de exigencia y de cambio.

Somos capaces de distinguir el importante papel que corresponde a cada institución de la actuación concreta de las personas que en cada momento la dirija y encarne.

Nuestro empeño es que tanto servidores públicos como responsables institucionales estemos a la altura de las circunstancias, asumiendo la función de servicio a los ciudadanos a la que estamos obligados.

Todas nuestras iniciativas como Asociación, sin excepción, se han dirigido a reivindicar el respeto de las normas y, por lo tanto, a robustecer el funcionamiento y credibilidad de las instituciones. Quien no lo vea así es porque no ha sabido o querido distinguir las instituciones de las personas que las dirigen o representan ni separar lo permanente de lo pasajero.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Todo pasa y todo queda, muy machadiano.

Anónimo dijo...

Estudios diferentes han demostrado que la gente que no confía en las instituciones, se siente desconectada de la política y/o incapaz de entenderla, y se cohíbe a la hora de expresar su intención de participar en el proceso democrático, produciendo apatía general. Pero, es igualmente posible que la desafección política pueda movilizar a los ciudadanos para que busquen modos alternativos de expresar su opinión política y su frustración con el funcionamiento y la actuación de las instituciones democráticas existentes.

Anónimo dijo...

El giro ético sigue pendiente, pero se ha planteado como exigencia y el escenario se ha visto modificado para las instituciones aragonesas.

¿Es pequeño ese logro?

Anónimo dijo...

Hay que dar la cara más ante la gente y explicarse más, y no limitarse al fácil aunque necesario trámite de las notas de blog.

Anónimo dijo...

¿pero refelexiones críticas como aconseja Tudela?

Anónimo dijo...

En 1927 un filósofo francés osaba publicar un valiente ensayo en el que denunciaba a buena parte de los pensadores de su tiempo por lanzarse al combate político enarbolando la bandera de la sinrazón, del militarismo y de la xenofobia, y eligiendo como enemigos a los que precisamente debían ser sus ideales: la verdad, la justicia, la razón, la libertad. El filósofo se llamaba Julien Benda, y el ensayo, al que el éxito y la polémica acompañarían desde el momento mismo en que vio la luz, llevaba el contundente y revelador título de La traición de los intelectuales.

¿Quién escribirá algún día una obra similar sobre la traición de los funcionarios?

Anónimo dijo...

Una interesante opinión:

En España, muchos de los que escribimos nos parapetamos con frecuencia en la comodidad de la autocensura. Nos aterroriza que aquellos para quienes escribimos nos abandonen si nos atrevemos a sugerirles que, de vez en cuando, se salgan del carril. Hay pensadores de la derecha que se espantan de ciertas acciones, u omisiones, del PP, pero que las callan para mantener la clientela; «clérigos» de la izquierda alarmados con la deriva nacionalista del PSC o con el desbarajuste territorial de Zapatero, que hacen mutis «para no hacerle el juego al PP»; y escritores católicos que discrepan de la imagen que proyecta un sector del episcopado o de los disparates emitidos por alguno de sus altavoces, pero que esconden la cabeza debajo del ala. Sacrificamos nuestra independencia, que es la primera condición de les clercs, en beneficio de la claque, y aún pretendemos que se nos respete. Así nos va.

EDUARDO SAN MARTÍN

Anónimo dijo...

Julien Benda: unos datos sobre su vida, por si resultan de interés.

(París, 1867-1956) Filósofo y ensayista francés. Fue hijo de una familia hebrea no ortodoxa establecida en Francia dos o tres generaciones antes, y tampoco él estuvo vinculado a la religión de su pueblo. Durante sus años de estudiante se dedicó con igual interés a las letras y a las ciencias; finalmente, después de haber ingresado en la Escuela Central de Artes y Oficios, cambió de idea; pasó a la Facultad de Letras y, en adelante, se entregó por completo a los estudios literarios.

Se dio a conocer como escritor en la época del "affaire Dreyfus" con los Dialogues à Byzance, publicados en la Revue Blanche (1900). Su primer éxito fue la novela L'ordination (1912), a la que siguieron en breves intervalos Le bergsonisme, ou une philosophie de la mobilité (1912), Une philosophie pathétique (1913), texto publicado en los Cuadernos de la quincena, de Ch. Péguy, y Sur le succès du bergsonisme (1914). Con tales obras Benda, en nombre del racionalismo clásico, adoptaba una actitud concreta en la reacción antirromántica de la época y denunciaba el bergsonismo y el daño ocasionado a la inteligencia moderna por el sentimiento.

Periodista durante la guerra (Los sentimientos de Critias), publicó en 1919 Belphégor, en el que traza un cuadro clásico de la sensibilidad estética contemporánea y critica asimismo el predominio del sentimiento irracional sobre la contemplación pura. Este mismo tema sigue tratando aún, en 1927, en su libro más conocido, La traición de los intelectuales, que culpa a los "clérigos", o sea los intelectuales, de haber traicionado la causa del espíritu cediendo a las lisonjas de los intereses políticos.