Hemos
asistido esta semana a una importante iniciativa de la sociedad civil,
concretada en la petición de una nueva regulación de los partidos políticos,
que profundice en su funcionamiento democrático y contribuya a la regeneración
política e institucional española.
Un
grupo de intelectuales y profesionales ha invocado el derecho de petición,
regulado en el artículo 29 de la Constitución
Española, para remitir a las Cortes Generales su propuesta de
aprobación de la nueva regulación, toda vez que la ley reguladora de los
partidos políticos –al afectar al derecho fundamental de asociación política-
tiene el rango de ley orgánica, y, consecuentemente, no es susceptible de
iniciativa legislativa popular, al excluir tal posibilidad el artículo 87.3 de la Constitución.
Esta
petición se produce en una semana en la que finalmente se ha desatascado el
Proyecto de Ley de Transparencia, en cuyos contenidos parece haberse alcanzado
un notable acuerdo político entre las principales fuerzas parlamentarias, asumiéndose
igualmente buena parte de las demandas de la Coalición Pro Acceso,
plataforma ciudadana a la que pertenece esta Asociación.
Parece
evidente, a la vista de estos dos signos, que la sociedad civil ha pasado a
desempeñar un papel fundamental en las diferentes iniciativas de regeneración
democrática, lo cual nos hace ser prudentemente optimistas sobre la capacidad
de nuestras instituciones para hacer frente a la actual crisis de confianza
ciudadana y acoger aquellas propuestas elaboradas desde el rigor, la exigencia
y la lealtad democrática para corregir la erosión institucional.
Reproducimos,
a continuación, por su interés el contenido del citado manifiesto:
“MANIFIESTO
POR UNA NUEVA LEY DE PARTIDOS.
La sociedad española asiste
preocupada y escandalizada al deterioro de la política. Tras treinta y cinco
años de democracia, los partidos funcionan mal. Tal y como muestran todas las
encuestas, los ciudadanos sienten que el nivel de los políticos está por debajo
de las exigencias de los problemas que afronta el país. La corrupción se ha
hecho crónica y, en mayor o menor medida, salpica a los principales partidos.
Hay una crisis de confianza en la política. No podemos seguir así.
Las leyes y pactos para
controlar la corrupción han fracasado. No faltan leyes para castigarla, pero
faltan normas que creen contrapesos en la política, que establezcan más
competencia entre políticos de un mismo partido y que limiten el poder de las
cúpulas dentro de las organizaciones políticas. Normas encaminadas a evitar que
la corrupción pueda crecer sin freno.
Los partidos políticos tienen un
papel insustituible en todo sistema democrático. A diferencia de lo que ocurre
en otras democracias avanzadas, en España el marco legal vigente no facilita la
depuración de los partidos cuando ello se revela necesario. Los partidos
españoles se autorregulan: los congresos y órganos de dirección se reúnen
cuando conviene a sus dirigentes; el método habitual de selección de cargos
internos y de candidatos a cargos representativos es la cooptación; y el
control de las cuentas se encomienda a un organismo, el Tribunal de Cuentas,
fuertemente politizado, cuyos miembros acceden al cargo por cuota política y
cuyo último ejercicio auditado es 2007.
En las democracias
constitucionalmente más avanzadas los partidos están fuertemente regulados por
la ley o, en el caso británico, por la costumbre. No es por capricho. Los
partidos políticos no son entidades privadas como, por ejemplo, un club de
fútbol o una empresa agrícola, que pueden organizarse como mejor les plazca.
Son entidades especiales a las que se les reconoce el monopolio de la
representatividad política y que se financian con fondos públicos. Su funcionamiento
tiene más trascendencia que el de cualquier empresa o sociedad recreativa. Por
ello, la periodicidad de los congresos, los métodos de selección de los
delegados y el control de sus cuentas mediante auditorías independientes están
regulados por la ley.
Nada de eso es de aplicación en
España y esta anomalía es una causa importante de la difícil situación actual.
En todos los países hay corrupción política, pero la democracia interna en los
partidos, la competencia entre los que son dirigentes y los que aspiran a serlo
y las obligaciones de transparencia impuestas por la ley permiten que los
políticos corruptos sean apartados con celeridad. En España esto no ocurre y la
corrupción crece, debilita la acción de gobierno en una coyuntura crítica,
provoca la desafección ciudadana y acaba causando una grave crisis política e
institucional. Hay más. El método de cooptación, repetido una y otra vez, es un
método de selección adversa que acaba elevando a puestos de responsabilidad a
los menos críticos y a los menos capaces. Hay que cambiarlo urgentemente.
Creemos que, entre los muchos
cambios que hoy demanda nuestro sistema político, el más urgente es la
elaboración de una nueva Ley de Partidos Políticos, con el fin de regular su
actividad, asegurar su democracia interna, la transparencia y el control de su
financiación y acercar la política a los ciudadanos. Esta es una condición
necesaria para poder abordar con garantías un proceso de reforma institucional
mucho más amplio que debería incluir, entre otras, la reforma de la Justicia, la regulación
de los lobbies y la separación estricta de los cargos políticos y los puestos
administrativos para garantizar la independencia y la profesionalidad de la
función pública. Las normas básicas que esta nueva Ley debería recoger son muy
comunes en las democracias europeas. Concretamente, debería exigir: