A
lo largo del martes y del miércoles de esta semana, en sesiones de mañana y
tarde, se han celebrado en el Palacio de la Aljafería las Jornadas
relativas a “La necesaria reivindicación de las instituciones”, organizadas por
la Fundación Manuel
Giménez Abad, cuyo planteamiento no podía resultar más oportuno ni su desarrollo
más satisfactorio. A lo largo de las diferentes ponencias, para las cuales se
seleccionaron prestigiosos especialistas de cada una de las materias a abordar,
se habló de mercados, de ética y calidad democrática, de instituciones políticas,
de poderes públicos, de medios de comunicación y de sociedad civil.
Desde
distintos enfoques y perspectivas se ha destacado el papel determinante de las
instituciones en el bienestar de las naciones y la oportunidad y necesidad de
reformarlas y fortalecerlas para que puedan cumplir su función de forma
eficiente. Las virtudes institucionales que se daban por descontadas –acaso en
un irresponsable acto de fe o de confianza infundada, al haberse abandonado la
actitud vigilante que en todo momento deben ejercer tanto la ciudadanía como
los medios de comunicación- o no existían o habían dejado de existir, como
señalaba el economista Antón Costas. Pero ello no es razón para prescindir de
ellas, sino -todo lo contrario- para recuperarlas y rehabilitarlas.
Victoria
Camps alerta sobre la falta de identidad moral que parecen presentar las
democracias en nuestros días, dado el individualismo excesivo que domina en
nuestras sociedades, lo que significa una falta de identidad moral de la
ciudadanía, pues los únicos sujetos morales posibles son las personas. Es
necesaria una apelación a las virtudes, entendidas como buenos hábitos,
destacando entre las más necesarias el respeto recíproco –como complemento
requerido a los derechos civiles-, la razonabilidad –con la que ser capaces de
construir una razón pública, en el ejercicio de los derechos de participación
política- y la solidaridad –como fundamento y guía de los derechos sociales-, a
las que necesariamente habría que añadir la valentía como primera virtud, a la
que ha de apelar la sociedad civil para afrontar las múltiples crisis del momento actual.
Las
dificultades y las crisis son inherentes a la vida social. Por ello, a la vista
de las múltiples y diversas aproximaciones al conjunto de problemas que hoy
ensombrecen el panorama político, económico e institucional español, se impone
un ejercicio de prudencia, marcado por la razón y por la solidaridad. También
se impone una autocrítica reflexiva sobre los errores de unos y otros, pues el
ciudadano que se ha desentendido de sus responsabilidades cívicas no puede
ahora cargar airado contra las instituciones y la clase política como únicos
responsables. Ni es razonable satanizar a la Unión Europea cuando
ésta impone su disciplina. Se requiere coraje cívico y mantener la perspectiva
que da saber las altas cotas de libertad y de igualdad alcanzadas por nuestra
sociedad. Saber renunciar a algunos logros no es necesariamente renunciar a
nuestro modelo de sociedad, sino acaso preservarlo. Soltar lastre, en algunas
circunstancias, es preciso para remontar altura, pues el rechazo a perder algo
puede ser la causa de perderlo todo. Pero es necesario que las renuncias sean
resultado del pacto y el compromiso, de la lealtad entre todos, preservando las
señas de identidad de nuestro proyecto de vida en común.
La
sociedad española –si alguien lo dudaba, las Jornadas celebradas lo han dejado
bien patente- cuenta con recursos suficientes para hacer frente a las actuales
dificultades, y para superarlas si cada cual asume su propia responsabilidad, y
contribuye activamente a impulsar las soluciones a los diferentes desajustes,
preservando para ello el papel insustituible que corresponde a las instituciones,
pues son éstas las que hacen posible que la sociedad no sea un mero agregado de
individuos sin la adecuada articulación, son las que permiten la toma de
decisiones colectivas y su posterior aplicación. Son las que posibilitan
garantizar la libertad y avanzar hacia cotas mayores de igualdad jurídica y
material.
Una
sociedad madura –como reflexión de cierre realizada por Javier Gomá- es una
sociedad que asume sus imperfecciones y límites. Debemos aspirar a
instituciones y ciudadanos modélicos, pero sabiendo y aceptando que los límites
y las imperfecciones son consustanciales a toda obra humana, incluidas las
instituciones democráticas. Cuidar las preciadas instituciones democráticas de
las que nos hemos dotado, con todas sus imperfecciones, es nuestra primera
obligación, para después empeñarnos en su mejora y perfeccionamiento. Al igual
que se apuntala un palacio, para evitar su ruina, antes de proceder a su
rehabilitación.
Sólo
la democracia nos reconcilia con nuestra dignidad, pese a nuestras
imperfecciones, al tomar éstas en consideración en su diseño, y nos da la
posibilidad de corregirlas o atenuarlas, a través de una convivencia civil que
facilita nuestro desarrollo moral como personas y ciudadanos. Esta Asociación
ha tratado de preservar, en todas sus actuaciones, el valor insustituible de
las instituciones democráticas –más allá de la oportunidad de cambios y
reformas-, lo cual debe entenderse plenamente compatible con la contundente
denuncia de quienes, con un ejercicio irregular y arbitrario del poder político, socavan
su fortaleza y su credibilidad y defraudan la confianza de los ciudadanos. Bueno
es ver reafirmadas estas ideas en unas estupendas jornadas por las que no cabe
sino felicitar a la Fundación Giménez
Abad.
Lástima el no haber podido acudir.
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