Si,
como ha dicho la Presidenta
del Gobierno de Aragón, Luisa Fernanda Rudi, en su intervención inicial en el
debate sobre el estado de la Comunidad
Autónoma que se desarrolla desde ayer en las Cortes de Aragón,
la corrupción pueda acabar con la democracia, es evidente que, ante tal
eventualidad, la democracia está obligada a acabar con la corrupción. Y el
primer paso para ello es acabar con los corruptos en la vida pública, lo que
incluye tanto la actividad política como la actividad administrativa.
Cuando
el compromiso de los partidos es tan tibio en el castigo de los casos de
corrupción que les afectan, el riesgo de deslegitimación institucional se eleva
peligrosamente. Hay demasiada implicación en funcionamientos irregulares –demasiada
banalización de las ilegalidades administrativas y de los comportamientos
inadecuados- y muy poca contundencia en la condena de los corruptos que
pertenecen a la propia formación política. Pero ello no puede ser excusa para
el desistimiento ético de los ciudadanos, sino justamente para tomar en serio
la necesidad de una reacción proporcionada contra la corrupción, sabiendo
distinguir el valor de las instituciones y la indignidad de aquellos titulares
corruptos que, en un momento dado, puedan ocuparlas. El valor de una institución
ha de ser, precisamente, el primer factor de exigencia para la calidad de su
titular. Si privamos a las instituciones de su valor, cualquier titular podrá
ser apto para ocuparlas, lo cual es un hecho habitual en muchas áreas de la
función pública, debido precisamente al proceso de desprofesionalización
padecido.
Cuando
los políticos no son abanderados de la lucha contra la corrupción, y a la vista
de todos está que no lo son, la iniciativa y la responsabilidad de esa lucha
han de asumirla las principales instituciones del Estado de Derecho – como son los
Tribunales, el Ministerio Fiscal, los órganos de control o la función pública-,
las organizaciones de la sociedad civil –hay que reconocer la importante labor
desarrollada por Transparencia Internacional-, los medios de comunicación y,
por supuesto, los ciudadanos, con su voto y con su acción de protesta y de
denuncia, es decir, con su rechazo e intolerancia hacia las prácticas corruptas
en la vida pública. La corrupción ha de conllevar la inhabilitación para el
ejercicio de cargos públicos y las organizaciones políticas que la promueven o
toleran han de ser repudiadas por los ciudadanos.
Pero
huyamos de calificarlo todo de corrupción, pues si todo es una forma de
corrupción ya no cabe identificar con la necesaria precisión la corrupción para
prevenirla o atajarla. Los fenómenos hay que deslindarlos adecuadamente. No
toda ilegalidad es corrupción, pues no siempre hay en ella búsqueda de un
beneficio particular ilícito, pero toda corrupción suele ser siempre ilegalidad
o fraude de ley. Lo que es evidente es que el relativismo de la legalidad al
que nos han acostumbrado los cargos políticos –sin reparo alguno para adaptar
las leyes a su voluntad, si es preciso-, y el desdén por los procedimientos y
por los derechos de los ciudadanos, así como la confusión entre la actividad
política y la económica, de la que son perfecta manifestación los entramados de
empresas públicas de las que se han dotado tantas Administraciones, constituyen el clima adecuado para que
aparezca y arraigue la corrupción.
Por
todo ello, la lucha contra la corrupción empieza por la defensa de la
legalidad, al igual que toda estrategia corrupta empieza por la burla de la
ley. Si la Presidenta
del Gobierno de Aragón quiere plantar cara a la corrupción, su primera medida
debiera ser ajustar su acción de gobierno a la legalidad, sin esperar a que
sean los Tribunales los que le obliguen a ello, como ha sucedido en materia de
Oferta de Empleo Público.
ResponderEliminarLa corrupción distancia aún más a Gobierno y oposición.
El Periódico de Aragón.
En los datos que maneja Transparencia Internacional se aclara siempre que la corrupción va mucho más allá de aquello que está tipificado como delito de corrupción.
ResponderEliminarSe puede corromper una institución sin que el hecho sea constitutivo de delito.
Cuando los políticos profesionales hablan de combatir la corrupción se limitan al delito, pero esto es claramente insuficiente.
El concepto ético de corrupción es mucho más amplio que el penal.
Saludos.