Frente
a quienes creen que basta la voluntad mayoritaria de los ciudadanos para tomar
una concreta decisión, porque así lo dicta el principio democrático, o quienes
consideran que las personas democráticamente elegidas cuentan con una legitimidad
política que les faculta para adoptar cualquier medida, hay que recordar el
pleno sometimiento de todos, ciudadanos y poderes público, al ordenamiento jurídico,
como nota propia de un Estado de Derecho.
Desde
esta Asociación hemos puesto siempre énfasis especial en reclamar el pleno
respeto al principio de legalidad y alertar sobre el grave riesgo que entraña
la “banalización de la ilegalidad”,
la aceptación de que las normas pueden dejar de cumplirse sin que de ello se
derive daño alguno para nadie.
Son
numerosos, por ejemplo, los preceptos de la Ley de Ordenación de la Función Pública de la Comunidad Autónoma
de Aragón que no se respetan por el Gobierno de Aragón, y su reiterada
vulneración ha llegado a calificarse, por parte de algún responsable de la Dirección General
de la Función Pública,
como una “crisis de vigencia”. Si las
leyes perdieran su vigor para hacerse respetar, como parecen creer algunos
responsables políticos, la quiebra del Estado de Derecho estaría asegurada.
La
ley es la principal garantía que tiene el ciudadano frente al abuso de poder,
frente a la anómala arbitrariedad institucional y también frente a las lesiones
a sus derechos provocadas por otros particulares. Sin una firme creencia en el
valor de la ley, y sin mecanismos de aseguramiento del debido respeto a la
misma, todos quedaríamos a merced de la arbitrariedad de los demás, ya sean
particulares o poderes públicos.
Por
eso, nuestro diseño institucional tiene que ser capaz de impedir o depurar
todas aquellas conductas que constituyen una clara agresión al respeto de las
leyes –sobre las que se asienta la convivencia democrática y tienen amparo los
derechos individuales y colectivos de los ciudadanos-, razón por la cual
siempre hemos confiado en las instituciones que encarnan la fortaleza del
Estado de Derecho –sin dejar de reclamar por ello su constante mejora-, pues
son la imprescindible garantía frente a los excesos de la democracia política.
Es
necesario recordar que democracia y ley no pueden ser elementos antagónicos, pues
justamente la legalidad propia de un Estado de Derecho es la que tiene
legitimidad democrática –y es expresión de la voluntad popular- y solo cabe
reconocer como democracia a aquella que se desenvuelve dentro del marco
jurídico que vincula por igual a ciudadanos y poderes públicos. Nadie está por
encima de la legalidad, todos han de ser iguales ante la ley, sin discriminación
posible, y nada puede invocarse para justificar el desprecio a la legalidad o
su inaplicación.
Esta
Asociación considera por ello que la reivindicación de la fortaleza del Estado
de Derecho, al que sirve una función pública profesionalizada y fuertemente
comprometida con el principio de legalidad, es una absoluta prioridad.
El
valor del Estado de Derecho se percibe en la vida cotidiana de las sociedades –en
la seguridad jurídica que genera el respeto a reglas y derechos-, pero también
en los momentos de crisis y graves desafíos, ya sea el secesionismo territorial
que pretende romper el marco constitucional, como sucede en España, o la
adopción de medidas arbitrarias y discriminatorias que atentan contra los
principios constitucionales y los derechos de las personas, como sucede en
estos momentos con ciertas decisiones del actual Presidente de los Estados
Unidos.
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