Todos
demandan más control sobre la gestión pública, y más transparencia, pues ésta
tiene también un efecto indirecto de control, derivado de la publicidad dada a
una parte importante de la actividad administrativa, de su exposición ante
cualquier persona interesada en conocer o en poder controlar una determinada
parcela de la acción pública. Es evidente que se van dando pasos relativamente
importantes en esta dirección, aunque de manera muy desigual. Como ejemplo,
tenemos el Portal de Transparencia del Gobierno de Aragón, al que deberemos
dedicar un comentario detallado en próximas fechas.
Pero
el control exige profesionalidad y rigor en su ejercicio, claridad y agilidad
en sus resultados y conclusiones, y sobre todo efectividad, es decir, ha de
tener efectos reales de corrección de las deficiencias o irregularidades
detectadas. La transparencia también requiere calidad de la información
facilitada: un ejemplo de transparencia fallida lo tenemos en el Boletín estadístico
del personal de la
Administración de la Comunidad Autónoma
de Aragón, cuyas notables deficiencias de diseño impiden que cumpla su función
de dar cuenta del estado y composición de los recursos humanos de la Administración
autonómica.
El
control debe ir precedido de una voluntad manifiesta de los gestores públicos
de rendir cuentas de su actividad, con indicación de los programas
desarrollados y los recursos destinados a cada uno de ellos, y con la
correspondiente evaluación de resultados. Qué se ha hecho, qué recursos se han
consumido en ello, y cuáles son los objetivos alcanzados. No podemos
conformarnos con un mero control de legalidad –algo que se le presume a la Administración-,
sino que el control ha de ser, fundamentalmente, de eficacia en el
funcionamiento de los servicios públicos.
Es
evidente que el control incorpora un elemento de exigencia y de incomodidad
para todos los gestores y de eventual crítica a los responsables políticos,
pero esa incomodidad es precisamente una de las principales virtudes de los
sistemas de control. Los ciudadanos se hacen presentes a través de los órganos
de control para conocer y evaluar la gestión pública, para medir resultados,
para constatar la corrección de los procedimientos. Los órganos de control
deben dar a conocer sus conclusiones, para que todos los ciudadanos puedan saber
las condiciones en que las administraciones desempeñan sus funciones, y en el
caso de detectarse graves irregularidades habrá de exigirse la sanción de los
responsables.
El
control es indisociable de la exigencia de responsabilidad. A través de dichos
sistemas, la propia Administración se autoimpone mecanismos de vigilancia, que
permitan conocer y, en su caso, sancionar actuaciones irregulares que puedan
lesionar el interés general. El control, por lo tanto, no puede quedar reducido
a una opinión o evaluación sin consecuencias, que pueda ser despreciada sin más
por el gestor censurado, como parece pretender el máximo responsable del
Ayuntamiento de Zaragoza, Juan Alberto Belloch, con las descalificaciones
dirigidas a los recientes informes emitidos por la Cámara de Cuentas sobre la
situación financiera del Ayuntamiento. Los informes de control no son mera
información, de la que se pueda desentender el gestor o responsable político. La
detección de deficiencias en la gestión exige siempre una respuesta, que viene
impuesta por el principio de responsabilidad.
Los
controles tienen que tener consecuencias, no necesariamente sancionadoras,
aunque éstas no deban descartarse cuando concurran actos evidentes de mala
gestión con claro perjuicio al interés general. El control de la legalidad, la
eficacia, la eficiencia y la calidad de la gestión ha de suscitar, al menos, un
diálogo entre los órganos de gestión y los de control para lograr una dinámica
de mejora y de creciente seguridad jurídica.
Frente
a ello, vemos que lo habitual es que los informes de los órganos de control
tengan más difusión en los medios de comunicación como elemento de lucha política
que análisis en las administraciones controladas para revisar y, en su caso,
mejorar las prácticas deficientes de gestión detectadas y señaladas. El control
de los procesos es una pieza esencial de toda política de calidad, y esa
debiera ser la primera finalidad perseguida por los órganos de control de la
gestión pública, aunque ello, lógicamente, requiere que los gestores censurados
estén dispuestos a considerar y reconocer las deficiencias señaladas y a
comprometerse en su superación y mejora. En este terreno creemos que está todo
por hacer, pues no es infrecuente que las deficiencias se señalen año tras año
sin que nada cambie, sin que nada se haga para su corrección.
Pese
a ello, pese a la incomodidad, e incluso pese a la inutilidad que algunos
equivocadamente le achacan, el control resulta indispensable para quienes
seguimos considerando que una democracia lo es cuando el ejercicio del poder –también la actividad de los gestores públicos queda aquí comprendida- está sujeto
a controles y frenos que permiten conocer y sancionar los posibles abusos
cometidos.
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