Luchar
por el respeto de la legalidad y por la defensa de los derechos fundamentales
de los ciudadanos no sólo es una opción posible y deseable, sino que, como
hemos tenido ocasión de comprobar en materia de Oferta de Empleo Público,
demuestra la capacidad de nuestro Estado de Derecho para corregir la
arbitrariedad del poder político y reestablecer el respeto de los derechos
vulnerados.
Debemos
preguntarnos por qué hemos admitido durante años que se inaplicasen las leyes y
se vulnerasen los derechos de miles de ciudadanos, deteriorando hasta grados
inimaginables nuestra función pública, en un proceso creciente de banalización de
la ilegalidad. Cuando se banaliza la ilegalidad, se está amparando la impunidad
de quien gestiona al margen o en contra del ordenamiento jurídico.
Ilegalidad
y corrupción son realidades que se retroalimentan, y debilitar el deber de
sometimiento al ordenamiento jurídico –algo que creemos no ha interiorizado
realmente ningún Gobierno ni ningún responsable público-, es siempre la
antesala para el abuso y la arbitrariedad, y crea el caldo de cultivo propicio
para el desarrollo de la corrupción, pues ésta es solamente una cuestión de
escala dentro de la ilegalidad.
Las
sentencias del Tribunal Supremo y del Tribunal Superior de Justicia de Aragón,
en las que se recordaba al Gobierno de Aragón la necesidad de ajustar la
aprobación de las Ofertas de Empleo Público a los términos establecidos en la
ley -pues lo contrario constituía una vulneración del derecho fundamental de
acceso a la función pública-, y el reciente auto dictado en el incidente de
ejecución forzosa de dichas sentencias, pueden ser un importante punto de inflexión
en la deriva de ilegalidad que hemos sufrido –y seguimos sufriendo- en la mayor
parte de las Administraciones Públicas.
Hemos
de recobrar una conciencia clara de lo que supone contar con un Estado de
Derecho, llamado a asegurar los derechos de los ciudadanos y a someter la
actuación de los poderes públicos al principio de legalidad. Cumplir y aplicar
las leyes no es tarea reservada a los Tribunales, como creen muchos de forma
interesada, sino que es la primera obligación de todo funcionario y cargo público
de cualquiera de nuestras Administraciones. Haberlo olvidado es una de las
razones principales del deterioro institucional que vivimos en nuestro país.
No
puede hablarse de verdadera función pública si ésta no se ajusta a los
principios constitucionales que la definen y la legitiman como organización
profesionalizada al servicio del interés general y sujeta a la dirección del
Gobierno. Pero el Gobierno –en nuestro caso, el Gobierno de Aragón- es el
primer responsable en asegurar el respeto de las reglas por las que ha de
regirse la función pública, comenzando por las condiciones de acceso a ella
conforme a principios de igualdad, mérito y capacidad en los términos señalados
por la ley. El importante pronunciamiento de los Tribunales para corregir el
clamoroso incumplimiento del régimen de acceso a la función pública debiera
servir como punto de reflexión para modificar pautas de comportamiento
totalmente alejadas del respeto a la ley y devolver a las instituciones su
pleno compromiso con los principios del Estado de Derecho, recobrando con ello
la confianza de los ciudadanos.
Hay poca costumbre de reflexionar, lamentablemente.
ResponderEliminarNadie va a valorar realmente la trascendencia de estr asunto.
ResponderEliminarOjalá fuese así.
ResponderEliminarAhora la Asociación tendría que marcarse otro gran objetivo.
ResponderEliminarAhora, unas vacaciones merecidas.
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