Nelson
Mandela ha personificado, durante largas décadas del siglo XX, no solo la lucha
y la resistencia de una mayoría discriminada por un régimen injusto y racista -como
era la población negra de Sudáfrica-, sino que, tras su liberación, encarnó
también la figura del Estadista –a la altura de Gandhi o Lincoln-, capaz de
promover la reconciliación y la integración de un país, comprometido en
procurar el bienestar de toda la población y dejar atrás, superados, los miedos
y los odios alimentados durante décadas de un ominoso régimen de segregación
racial.
Para
quienes participaron en los movimientos de defensa de los derechos humanos tras
la transición española, la libertad de Nelson Mandela constituía una de las
principales aspiraciones colectivas, equiparable a la recuperación de la
libertad en Chile y al final de la dictadura de Pinochet. Los derechos humanos
se reivindicaban en una doble lucha contra las dictaduras en Latinoamérica
–contra las desapariciones y la tortura de los opositores- y contra la
segregación racial en Sudáfrica (el apartheid), cuya existencia constituía una
insoportable ofensa a la dignidad humana. La persona de Mandela simbolizaba
tanto la lucha como la esperanza de cambio.
La
libertad de Mandela –encarcelado durante casi tres décadas- era una exigencia y
un objetivo de la razón y de la dignidad humanas. Su causa supo aglutinar una corriente de apoyo
mundial a favor del final del apartheid y, cuando asumió la responsabilidad de
gobernar el país, tras las primeras elecciones democráticas, supo llevar a cabo
su gran proyecto de reconciliación nacional.
Mandela
realizó, tras su liberación en 1990, ante el Comité de las Naciones Unidas
contra el Apartheid, la siguiente declaración:
“Quedará
para siempre como una mancha indeleble en la historia de la humanidad el mero
hecho de que el crimen de apartheid tuviera lugar. Sin duda, las generaciones
futuras preguntarán: ¿qué error se cometió para que ese sistema pudiera
asentarse después de haberse aprobado una Declaración Universal de Derechos
Humanos? Quedará por siempre como una acusación y un desafío a todos los
hombres y mujeres de conciencia el hecho de que tardáramos tanto tiempo en
ponernos de pie para decir ‘ya basta’...
Convencidos
de que la negación de los derechos de
uno disminuye la libertad de otros, ya no nos queda mucha distancia por
recorrer. Recorramos esa distancia juntos. Reivindiquemos con nuestras acciones
comunes los propósitos por los que se estableció esta Organización y creemos
una situación por la cual su Carta y la Declaración Universal
de Derechos Humanos pasen a formar parte del conjunto de leyes en las que se
basará el orden político y social de una nueva Sudáfrica. Nuestra victoria
común estará asegurada”.
Esta
Asociación ha venido conmemorando cada 10 de diciembre, en este blog, el
aniversario de la Declaración Universal
de los Derechos Humanos, a cuyos valores se remite expresamente la Constitución
Española. Hay un horizonte ético para la humanidad, de
libertad y de respeto de la dignidad humana, en el que todos debemos sentirnos
comprometidos, porque constituye la causa de todos los seres humanos, y ese
horizonte, surgido tras el final de la II
Guerra Mundial, lo establece la Declaración Universal
de los Derechos Humanos de 1948.
El
respeto a la dignidad humana, como señaló Mandela, es la garantía de éxito del
orden político y social de un Estado. La dignidad humana y el respeto a las
leyes son las dos ideas centrales sobre las que se asienta todo orden
democrático, y ambas ideas deben permanecer perfectamente comunicadas, pues la
principal finalidad de la ley ha de ser garantizar la dignidad de las personas.
En
estos momentos, en los que se agota la vida de Nelson Mandela, si bien
permanece intacta su condición de símbolo de los derechos humanos y de la
dignidad humana, cabe recordar el himno de su partido, el Congreso Nacional
Africano -God bless Africa-, y homenajearlo con ese canto de esperanza: God
bless Africa, God bless Mandela.
Hoy es el himno nacional.
ResponderEliminarMandela es un mito.
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