«No hay forma
más devastadora de ataque a la democracia y sus valores que la devaluación de
las instituciones por la venalidad de sus responsables», según afirmó ayer el
Fiscal General del Estado, Eduardo Torres-Dulce, en la Comisión de Justicia del
Senado, comprometiéndose ante todos los grupos parlamentarios de la Cámara Alta a mantener una
política de «tolerancia cero» ante la corrupción.
Es un signo
de salud democrática y de vigor institucional que estas palabras, pronunciadas
por el máximo responsable del Ministerio Fiscal, se escuchen en el Parlamento,
donde están representados los ciudadanos, y desde donde se ha de ejercer el
control e impulso de la acción del Gobierno, además de tramitar y aprobar todas
aquellas medidas legislativas necesarias para dotar a la sociedad española de
los instrumentos necesarios para prevenir y combatir la corrupción, tanto
pública como privada.
«Reitero mi
beligerante compromiso de lucha contra esta lacra, con la conciencia clara de
que en esta partida nos jugamos mucho más que un mero interés económico»,
afirmó el máximo responsable del Ministerio Fiscal.
No dudamos en
absoluto del imprescindible papel que corresponde al Ministerio Fiscal, y en
especial a la Fiscalía Anticorrupción,
en la corrección de tantos abusos e irregularidades cometidas por cargos públicos
que han vulnerado la ley y defraudado la confianza de los ciudadanos y que, en
numerosas ocasiones, han contado con la complicidad o la inhibición de
funcionarios públicos. La corrupción pública atañe a políticos y funcionarios públicos
y la degradación de la función pública, como recientemente se destacaba en un
brillante artículo de Carles Casajuana, favorece la extensión de la corrupción.
No parece, sin embargo, que de ello tomen nota los responsables de función pública
de las diferentes Administraciones Públicas.
La corrupción
tiene muchas manifestaciones, y no todas son de alcance económico. Una de las
noticias más alentadoras de los últimos tiempos, en la lucha contra el abuso
del poder político, ha sido la imputación del que fuera Presidente de la Diputación Provincial
de Orense por “enchufismo”, dando a esta práctica la calificación penal que le
corresponde, como es delito de prevaricación continuada. El falsear la selección
de personal en las Administraciones Públicas o prescindir de las reglas de
acceso al empleo público para tejer redes clientelares y afianzar el poder político
personal es una de las manifestaciones más burdas –a la vez que frecuentes- de
la degradación e instrumentalización de la Administración Pública.
Frente a la
patrimonialización de las instituciones, y a la utilización fraudulenta de sus
puestos de trabajo –no nos queda tan lejos esa práctica en los gabinetes de los
miembros del Gobierno de Aragón, durante la pasada legislatura-, debemos
reaccionar con “tolerancia cero” –así lo hizo esta Asociación con su denuncia
ante la Fiscalía General
del Estado, si bien el tema fue archivado tras una simulación de investigación,
algo de lo que difícilmente podría sentirse satisfecho el actual responsable
del Ministerio Fiscal-, y hemos de convencernos de que el Estado de Derecho
requiere de un compromiso sostenido de los ciudadanos con el respeto a la
legalidad, y de una beligerancia jurídica
contra la ilegalidad y el abuso de poder, en la que ciudadanos han de contar
con el declarado apoyo de los servidores públicos y de quienes velan por el
interés público, asegurando el correcto funcionamiento de los Tribunales a la
hora de combatir y sancionar la corrupción.
A ver si es posible mantener este tono y esta tensión cívica.
ResponderEliminarDebería mandarse un escrito de apoyo al Fiscal por estas declaraciones tan acertadas.
ResponderEliminarPlenamente de acuerdo.
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