viernes, 21 de abril de 2017

EXIGENCIA ÉTICA.



No es posible admitir que, al frente de los órganos llamados a preservar la transparencia de la actividad pública o a impulsar la lucha contra la corrupción, se encuentren personas cuya conducta contradice el cometido propio del órgano que dirigen. Lo es en el caso de la Fiscalía Anticorrupción y también en el Consejo de Transparencia de Aragón. La legitimidad de origen y de ejercicio en todos los órganos diseñados para reforzar la calidad democrática institucional ha de ser especialmente preservada por quienes desempeñan dichas funciones, y exigida por la sociedad civil, por el conjunto de la ciudadanía, y lógicamente por las instituciones de control político –como es el Parlamento- y de control de legalidad.

Por ese motivo, esta Asociación no puede sino sumarse a todas las voces que reclaman una rectificación inmediata en el seno de la Fiscalía Anticorrupción, mostrando con total claridad que cualquier comportamiento dirigido  obstruir la investigación o el esclarecimiento de supuestos de corrupción ha de tener una respuesta clara e inmediata, de sanción o de remoción. Lo más pernicioso para una sociedad es la sospecha de que los órganos llamados a combatir el delito o la corrupción, o los llamados a controlar la legalidad, son transigentes con el delito y con la ilegalidad, desatendiendo su principal compromiso ético con la ciudadanía.

Lo mismo exigimos en la Comunidad Autónoma de Aragón para quienes ejercen las máximas responsabilidades de órganos recientemente constituidos para impulsar medidas de transparencia, entendiéndola como un elemento de calidad democrática, de reforzamiento de la confianza de los ciudadanos en las instituciones o de rendición de cuentas por parte de éstas ante la ciudadanía. No es admisible la falta de ejemplaridad y de credibilidad de quienes dirigen esos órganos, como sucede en el Consejo de Transparencia de Aragón, pero es evidente que muchos que apoyan la creación de esas estructuras de vigilancia e impulso de la transparencia no creen verdaderamente en su virtualidad y carecen del menor interés en su funcionamiento real y en la credibilidad de las personas que las dirigen. Ese es un grave síntoma de desistimiento ético que no podemos compartir, y frente al cual debemos reaccionar de forma enérgica, aunque nadie esté interesado en escucharnos ni en poner remedio a la situación señalada.

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