La
función pública necesita dotarse de una hoja de ruta capaz de movilizar la
capacidad de sus miembros, pues llevamos años carentes de un horizonte claro y
definido, entregados a una inercia que no cesa de empobrecer tanto a las
organizaciones públicas como a sus integrantes. Parecemos instalados en un
periodo de transición que, lejos de abrir expectativas por el nuevo modelo
propuesto, solo genera desconfianza, incertidumbres y decisiones erráticas.
Es
incomprensible que el Estatuto Básico del Empleado Público, aprobado en 2007,
siga sin desarrollo casi diez años después en sus aspectos más destacados. Sería
necesario contar con un estudio objetivo e independiente que evaluase las razones
de su bloqueo, y concluyera si estamos o no ante una norma fallida e
inaplicable, incapaz de articular la función pública de un Estado
descentralizado como es el nuestro.
Pero,
lo que en cualquier caso no podemos admitir es que la situación actual derive,
de forma progresiva, hacia un estado de excepción en el que se observe una creciente
inaplicación de las normas jurídicas, de manera que sobre éstas trate de
imponerse la decisión arbitraria de los responsables de función pública, con
una vulneración reiterada del principio de legalidad en todo lo relativo a la
gestión de personal. Y que, frente a ello, en lugar de una reacción general de
reivindicación de los valores y principios de la función pública, se produzca
una resignada aceptación de la situación, y una pérdida general del impulso ético
que ha de animar la labor diaria de los servidores públicos.
El
deterioro de las Administraciones Públicas que se ha producido en los últimos
años, resultado de un modelo insostenible de funcionamiento y de un cúmulo de
abusos e incumplimientos que las han desvirtuado y desfigurado en gran medida, trasciende lógicamente
las cuestiones de personal, para alcanzar a su configuración, cometidos y
financiación o sostenimiento.
Pero
debiéramos asumir que la regeneración institucional que precisan las
Administraciones Públicas pasa ineludiblemente por la recuperación de la función
pública como principal activo de la acción pública, reclamando de su nivel
directivo y de todos sus miembros un compromiso con el interés general y con
los valores de legalidad y eficacia que le devuelvan el prestigio social y la
autoestima, gracias a la satisfacción de
trabajar por el bienestar del conjunto de la sociedad, y de poner en ello todo
el esfuerzo y la mejor capacidad de cada uno, sin ceder al desánimo de rutinas
y de tantos otros elementos que siguen aún lastrando el rendimiento de las
instituciones públicas.
El
nuevo curso que comienza obliga a reflexionar sobre todo ello.
ResponderEliminarComo en casi todas las demás cosas, vamos a salto de mata.