Los
servidores públicos, junto a todas aquellas personas que tienen conciencia de
la importancia que reviste una Administración Pública profesional, imparcial y
eficiente para el buen funcionamiento institucional, debemos ser capaces de
articular un espacio común de reflexión y debate, de encuentro y diálogo.
El
ejercicio de una profesión no se agota con su desempeño y práctica diaria –tratando
de mantener estándares adecuados de rendimiento-, sino que requiere una reflexión
sobre los retos que ha de plantearse ante los cambios en su entorno –para adaptarse
a los mismos y ser capaz de responder a nuevas demandas sociales, con el fin de
preservar su utilidad social y evitar los riesgos de deslegitimación que
conlleva la visión de la función pública como aparato ineficiente,
burocratizado y privilegiado por el estatuto de sus miembros- y por la evolución
no siempre positiva de sus dinámicas internas, con un constatado nivel de
incumplimientos normativos y una cultura organizativa no suficientemente
orientada a los resultados y al servicio efectivo de la sociedad y del interés
general.
Ese
espacio ha de ser necesariamente un espacio público, socialmente abierto, en el
que intervengan los profesionales del sector público y los ciudadanos, los
expertos en los actuales desafíos de la sociedad y los usuarios y destinatarios
últimos de los servicios públicos, cuya posición ha de ser de
corresponsabilidad y no de demanda arbitraria a los poderes públicos, sin
consideración alguna de los costes de oportunidad que implica toda acción pública.
En
ese espacio debieran tener una posición protagonista las escuelas de función pública
–como es el Instituto Aragonés de Administración Pública- y también las
instituciones dedicadas a la protección de los derechos de los ciudadanos y de
la tutela del ordenamiento jurídico, como es el Justicia de Aragón en nuestra
Comunidad Autónoma. Tiempo atrás sugerimos desde esta Asociación a la institución
del Justicia el impulso de un Aula de Buena Administración, en la que generar
un espíritu de cambio y renovación de los servidores públicos, desde la óptica
del compromiso con la legalidad y los derechos de los ciudadanos, pero esa
idea, aunque acogida con interés en su momento, no ha tenido ningún desarrollo.
No
podemos esperar ni pretender que la función pública cambie por el simple hecho
de aprobar una nueva Ley –como la que se ha elaborado por enésima vez por el
Gobierno de Aragón, para dar desarrollo a un Estatuto Básico del Empleado Público
que cada día parece estar más en entredicho, como lo demuestra el hecho de que
el régimen de acceso a la función pública en él previsto se haya visto
desplazado por las previsiones anuales de la Ley de Presupuestos Generales del Estado, como si
la función pública y el derecho de acceso a la misma fuera una mera decisión de
gasto público-, ni cabe dejar el futuro de la función pública y de la Administración en
las exclusivas manos de los responsables políticos y de los sindicatos de la
función pública, porque el futuro y la calidad de la función pública –el papel
que le corresponde desempeñar para el aseguramiento cotidiano del Estado de
Derecho- no se limita, ni mucho menos, a la determinación de las condiciones de
trabajo de los empleados públicos. Es más, sería oportuno considerar si la acción
sindical dentro de la función pública es una de las principales razones de su
deterioro, al incurrirse en una indebida patrimonialización de lo público por
quienes precisamente están obligados a actuar con objetividad y al estricto
servicio de la legalidad y del interés general. No hemos escuchado ninguna
reflexión seria de los sindicatos sobre el papel que desean jugar en le
prevención y lucha contra la corrupción administrativa. Ni les hemos visto
asumir un verdadero compromiso con la legalidad en el ámbito público, sin el
cual cualquier acción pierde su legitimidad.
Consideramos
por ello necesario abrir un espacio público de reflexión sobre la función pública
–y los condicionamientos y exigencias de todo tipo que inciden sobre ella-, en
el que tengan un papel relevante los propios servidores públicos, para analizar
el desempeño de su actividad profesional y contribuir a la superación de las
muchas ineficiencias que hoy acumula la Administración Pública.
La reforma de las Administraciones Públicas –verdadera asignatura pendiente de
nuestra democracia- no puede tener a los servidores públicos como testigos
indiferentes o como grupo de presión para acomodarla a sus intereses personales.
Debemos ser parte activa en ese proceso, asumiendo un necesario ejercicio de
autocrítica sobre el olvido de valores y la dejación de responsabilidades en el
desempeño de nuestra actividad, y un compromiso decidido con el determinante
papel que corresponde a la función pública en la realización del Estado de
Derecho y el buen funcionamiento de los servicios públicos.
Mucho tiene que cambiar la dirección de la Función Pública en la administración autonómica para que hagan autocrítica de la penosa deriva que lleva padeciendo hace años, con todos los gobiernos independientemente del color. Si no os dan ni información ya dudo de cambien en su forma de proceder. No hay más que ver que recurren todas las sentencias que se ganan en los Tribunales, aunque sean del anterior Gobierno.
ResponderEliminar
ResponderEliminarLos responsables de función pública forman, desde luego, parte del problema y no de la solución.
ResponderEliminarSu relevo es imprescindible para cualquier estrategia de mejora.