Las
elecciones celebradas ayer, tras un año intenso de procesos electorales y una
permanente campaña del conjunto de las fuerzas políticas –tanto tradicionales
como emergentes-, abren un horizonte de novedad e incertidumbre, pues se
produce una inédita fragmentación del mapa político español, con dificultades
evidentes para obtener combinaciones que posibiliten un programa de gobierno
coherente y un ejecutivo estable capaz de ejecutarlo.
Quienes
pretenden modificar el sistema electoral que se ha venido aplicando desde el
inicio de nuestra actual etapa democrática, para que las Cortes Generales sean
el fiel reflejo de la pluralidad de la sociedad, tal vez olvidan que un buen
sistema electoral ha de obtener tres objetivos básicos, como son el garantizar
la representación de los ciudadanos en la institución parlamentaria, el dotar
de legitimidad a las mismas –al responder a la libre voluntad de los ciudadanos
expresada en las urnas- y, en último lugar, pero no por ello menos importante, el
posibilitar la formación de un gobierno que obtenga la confianza parlamentaria
suficiente a través del proceso de investidura de su presidente.
Las
elecciones de ayer, 20 de diciembre, renuevan la representación y legitimidad
de las Cortes Generales, como órgano de representación del pueblo español –tal y
como indica el artículo 66 de la Constitución
Española-, pero asimismo han de permitir el surgimiento de un
nuevo Gobierno que cuente con los apoyos parlamentarios suficientes para el
desarrollo de su programa político. Eso es lo que, en estos momentos, nadie
parece vislumbrar a la vista de la actual composición del Congreso de los
Diputados, única cámara legislativa que interviene en el proceso de investidura
del Presidente del Gobierno.
Los
acuerdos básicos sobre el modelo constitucional no parecen regirse en estos
momentos por el criterio diferenciador de derecha e izquierda, pues una y otra
han sido capaces de gobernar dentro del actual marco constitucional. Son otras
fuerzas políticas –emergentes o periféricas- las que parecen demandar unas
nuevas reglas del juego democrático, como si la voluntad ciudadana careciera de
límites –posibilitando, incluso, la disponibilidad de la unidad de España
mediante consultas populares-, olvidando acaso que la norma constitucional ha
de ser el resultado de un amplio consenso político y ciudadano, del que nadie
debe ser excluido, y cuyo pluralismo y apertura ha de permitir el gobierno de
las diferentes tendencias políticas, como ha venido sucediendo desde 1978, sin
el cuestionamiento de aquellos principios mayoritariamente asumidos y
compartidos por la sociedad.
Ni
lo viejo es malo por ser viejo ni lo nuevo es bueno por el simple hecho de ser nuevo. La bondad de
las políticas hay que juzgarlas no por quién las propugna sino por su
contenido, su racionalidad y, sobre todo, por su carácter inclusivo e
integrador. Una ciudadanía exigente ha de ejercer el control del poder político
frente al conjunto de las fuerzas políticas y frente a todos los responsables
públicos. La confianza del voto ha de venir acompañada por la desconfianza que
exige transparencia, control y rendición de cuentas. Nadie tiene patente de
corso ni es de recibo un discurso maniqueo sobre lo nuevo y lo viejo, lo malo y
lo bueno. La libertad de los ciudadanos y el pluralismo ideológico de la
sociedad no pueden ser víctimas de semejante modo de razonar, esquemático y
tramposo.
La
democracia española ni nació ni renació ayer. Simplemente se reafirmó en una
nueva jornada electoral. Sus cimientos están en la Transición y en la Constitución
Española de 1978. Los logros del actual Estado social y
democrático de Derecho –que no es posible subestimar- son la suma del trabajo
conjunto de los ciudadanos, instituciones y fuerzas políticas y sociales que han permitido
el largo recorrido democrático de las últimas décadas, enormemente fecundo para
nuestro país. Lo más importante en estos momentos es que entre todos seamos
capaces de seguir por el camino adecuado, para profundizar en nuestra libertad
y en nuestro bienestar, sin falsos espejismos y sin consignas impropias de una
democracia madura y exigente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario