Es
imposible entender la realidad presente sin contar con el hecho de que vivimos
un prolongado tiempo electoral, en el que buena parte de las acciones y de las
inacciones de unos y otros –para evitar reacciones posibles de los electores-
se guían exclusivamente por el sentido de la oportunidad política, cuando no
del estricto oportunismo. La anticipada tramitación de los Presupuestos
Generales del Estado –cuyas cifras ya han sido puestas en cuestión por la Comisión Europea,
por su carencia de realismo-, y la tardía elaboración de los Presupuestos de la Comunidad Autónoma
–por la precaria situación financiera y por el pulso que pueden echar al
Gobierno las fuerzas políticas que auparon al actual Presidente-, son claro
ejemplo de ello.
Dos
discursos, claramente contrapuestos, presentan la situación económica del país
en un proceso de sólida recuperación –aunque las amenazas del contexto mundial
son cada vez más evidentes-, al tiempo que la situación económica de la Administración de la Comunidad Autónoma
resulta tan precaria –y descontrolada- que apenas deja margen de maniobra al
conjunto de los Departamentos. ¿Cómo compaginar ambos discursos y admitir lo que hay de cierto en las
realidades a que responden?
El
compromiso con la realidad –aceptarla para luego modificarla- es la primera
exigencia de cualquier política pública, y desde luego es el punto de partida
obligado en la confección de la política presupuestaria de un Gobierno. Conocer
los recursos disponibles y priorizar el gasto público es la decisión principal
de todo Gobierno, y el más elemental ejercicio de responsabilidad ante los
ciudadanos.
En
este contexto, el Gobierno de Rajoy ha pretendido restablecer ciertos derechos
de los empleados públicos que la crisis económica del país obligó a recortar o
minorar. No se trató de un “robo”, como tantas veces han señalado los
sindicatos de la función pública, haciendo gala de una dialéctica que en nada
contribuye a la racionalización del sector público ni a su legitimación social
ante el conjunto de la ciudadanía. Los sacrificios que imponen situaciones
excepcionales hay que asumirlos como tales, como muestra de solidaridad y
aportación a la superación de las dificultades. Ahora cabe preguntarse si la
situación ha mejorado lo suficiente para que esa aportación impuesta a los
empleados públicos sea enteramente repuesta con anterioridad a la cita
electoral del mes de diciembre. Creo que todos somos conscientes de que esas
circunstancias no existen.
El
valor que corresponde a la función pública en el funcionamiento institucional
de un país es muy elevado, y las condiciones laborales de los servidores públicos
–incluidas sus retribuciones- han de ser acordes con la relevancia de la función
que desarrollan. En nada favorece a una adecuada ordenación de tales
condiciones la adopción de medidas en clave electoralista por parte del
Gobierno –rompiendo el carácter básico que corresponde a ciertos conceptos
retributivos, y generando trato desigual en el conjunto de las Administraciones-,
y en nada favorece a la imagen social de los funcionarios públicos el anteponer
reivindicaciones retributivas a otros gastos de mayor urgencia social, cuya
atención se ve comprometida por la mala situación de las cuentas autonómicas.
Si
la Administración
es un medio y no un fin –pues el único fin que la justifica es el servicio al
interés general-, alguien deberá señalar que en este tiempo de intereses –exacerbados
por unos y otros- lo que no puede quedar ignorado o eclipsado es precisamente
el interés general, dentro del cual ha de incluirse el buen funcionamiento de
los servicios públicos y el reconocimiento de los derechos de los ciudadanos. A
partir de las exigencias que impone el interés general, habrá que modular el
resto de intereses particulares, incluidos los de los empleados públicos.
Totalmente de acuerdo. Que es mio sí, que me corresponde legalmente también, pero es una verdad mayor que en la situación actual de necesidad, hay mejores opciones para invertirlos en función del bien general y no para comprar voluntades anticipadas.
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