Cuando
cada 23 de abril, de forma recurrente, los discursos políticos y las crónicas
periodísticas apelan al autogobierno de Aragón, interesa alejarse en lo posible
de este discurso engañoso y recordar que la democracia es asunto de ciudadanos
y no de territorios. Ello no supone, ni mucho menos, renegar o distanciarse del
Estado de las Autonomías, sino del discurso particularista que se ha
consolidado a partir del mismo, y de la absurda retórica historicista que se ha
plasmado en los preámbulos de los últimos Estatutos de Autonomía, en ese viaje
colectivo que nos ha querido devolver a la
Edad Media o más allá, según interesa al
redactor. Lógica secuela de ello es la moda de las recreaciones históricas que
se extiende por toda nuestra geografía. Aragón es una realidad política a
partir de la Constitución
Española y nuestra ciudadanía es exclusivamente española,
aunque a ella se pueda añadir la condición política de aragoneses. Sentirse
aragoneses es posible al margen de que exista o no Comunidad Autónoma, cosa que
no ocurre con el sentimiento y la condición de ciudadanos, pues hacen falta
Estado e instituciones democráticas.
El
que las decisiones las tome el Gobierno de Aragón y no el Gobierno de España –o
en un futuro el Gobierno de Europa- no conlleva, por sí solo, un mayor
autogobierno de los aragoneses, pues el autogobierno reside en la calidad de la
representación política y en el control y rendición de cuentas del Gobierno y
de las instituciones públicas. La cercanía de las instituciones no es
necesariamente sinónimo de autogobierno, pues puede suponer, como de hecho
sucede –el ejemplo de La Muela
es palmario- la captura del poder político por caciques locales o por grupos de
interés, cuya fuerza es significativamente mayor frente a instituciones políticas
débiles como las autonómicas o locales. El autogobierno o la autonomía local se
convierten así en coartada para el expolio a los ciudadanos y no para su
autogobierno, para el gobierno por sí mismos a través de sus representantes.
El
autogobierno es que, en la teoría y en los hechos –sin que éstos desmientan a
la anterior- la voluntad de los ciudadanos sea determinante en la orientación
de las políticas públicas, en la definición de sus objetivos y en la asignación
de los recursos públicos.
Cuando
los programas electorales con los que se concurre a unas elecciones políticas
no se respetan ni las razones de los cambios se justifican o explican
suficientemente a los ciudadanos –más allá de expresiones como se ha hecho lo
que se tenía que hacer, o las cosas son como son-, podremos decir que los
responsables políticos han sido elegidos por los ciudadanos –su poder es legítimo
y democrático-, pero difícilmente podremos decir que nos hallamos ante un
sistema de autogobierno, pues la voluntad de los ciudadanos ha quedado claramente marginada por razones de diverso orden.
Estupendo artículo para el 23 de abril. El autogobierno es asunto de los ciudadanos, porque autogobierno no es otra cosa que democracia, el gobierno del pueblo por el propio pueblo, y no de la mayoría ni de los partidos políticos. Tampoco es asunto de territorios ni de añoranzas -incomprensibles- historicistas. La democracia es racional y racionalista, mira al futuro y sólo acude al pasado para no cometer los mismos errores. Las declaraciones de los partidos políticos acuden sin embargo a la historia para fundar la democracia, abandonando por completo aquello que nos hace más humanos: el uso de la razón.
ResponderEliminarSaludos.
Es hora de poner coto a la exaltación de lo propio.
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