La
llamada regeneración democrática, como conjunto de medidas a debatir e impulsar
por los partidos políticos para incrementar la calidad democrática de nuestro
sistema político, está en la agenda pública de este otoño, y son numerosas las propuestas
que desde todos los ámbitos sociales se formulan para que puedan ser
consideradas dentro de tales negociaciones. No obstante, el actual clima político
del país no parece favorecer un debate sereno sobre las medidas a adoptar, pues
no parece que exista previamente un diagnóstico compartido sobre cuáles son las
principales disfunciones de nuestro sistema político.
Esta
Asociación ha demandado desde el primer momento de su constitución, ya en 2007,
una regeneración institucional que debía concretarse en un “giro ético” de la
función pública y en un respeto máximo de la legalidad y de los derechos
constitucionales por parte de los responsables políticos y administrativos. No
nos resulta por ello extraña la demanda de regeneración ni nos parece en modo
alguno un debate artificial.
Ahora
bien, la calidad de nuestra democracia, sobre cuyo fortalecimiento venimos
insistiendo con propuestas de buen gobierno y buena administración a lo largo
de las dos últimas legislaturas, es
inseparable del funcionamiento del Estado de Derecho. Poco énfasis se está
poniendo en este punto. Nadie parece poner el acento en la necesidad de contar
con una función pública profesional y radicalmente comprometida con la
legalidad, como exige nuestro modelo constitucional.
Sería
un tremendo error, por ejemplo, creer que la regeneración pasa por la revisión
del sistema electoral para los municipios y no por la reforma y fortalecimiento
de la función pública local, y muy en particular por la profesionalización de
funciones clave para el aseguramiento de la legalidad en la actuación
administrativa. Puede hasta resultar indiferente la fórmula electoral para la
elección del alcalde, si luego éste cuenta con la posibilidad de imponer su
criterio frente a los funcionarios públicos encargados de preservar la
legalidad de la actuación municipal.
Mientras
no se corrijan las elevadas tasas de interinidad que marcan la realidad de la
función pública de la mayor parte de las administraciones públicas españolas –por
vulneración de lo previsto en el Estatuto Básico del Empleado Público- y la
libre designación permita a los responsables políticos disponer a su antojo de
los niveles de decisión de la función pública –buscando la docilidad y la
afinidad política en lugar de la solvencia profesional y el compromiso con el
servicio público-, nuestra democracia seguirá carente de una de sus cualidades
superiores, como es el sometimiento de la política al Derecho, que no se manifiesta
solo en el control jurisdiccional, sino que debe tener su primera y principal
expresión en el sometimiento de todas las decisiones administrativas al
principio de legalidad, garantizando con ello los derechos de todos los
ciudadanos. Nuestra democracia ha demostrado a los ciudadanos sus graves
carencias cuando éstos comenzaron a percibir el alto grado de arbitrariedad y
corrupción que había en las instituciones, resultado no de los sistemas
electorales sino de la quiebra del principio de legalidad y de la debida
profesionalidad de la función pública.
No
es admisible por ello que la
Presidenta del Gobierno de Aragón pretenda acotar las
propuestas de regeneración a la reducción del número de aforados o a la
limitación del número de diputados de las Cortes de Aragón, al tiempo que
impulsa un Proyecto de Ley de la Función
Pública de Aragón que no incorpora ningún avance efectivo en
la necesaria profesionalización de la función pública, sino todo lo contrario. Es
evidente que se olvida que la situación actual es fruto del olvido de las
exigencias del Estado de Derecho para la política democrática, y ese olvido,
por lo que vemos, sigue estando presente.
ResponderEliminarAlguien debiera insistir en esta idea, dentro de las fuerzas políticas. O es que no hay voluntad de corregir la situación?