Las
Cortes de Aragón tramitan, en estos momentos, el Proyecto de Ley de Calidad de
los Servicios Públicos de la
Administración de la Comunidad Autónoma
de Aragón, frente al cual se han presentado dos enmiendas a la totalidad por los grupos
de oposición, cuyo planteamiento apenas ha tenido eco ni en los medios de comunicación ni en
la propia Administración.
Abordar,
por fin, una estrategia de calidad en el conjunto de los servicios públicos
autonómicos era una tarea necesaria e inaplazable, pues nuestra Comunidad Autónoma
constituía una excepción en el movimiento general de las Administraciones Públicas
hacia objetivos de calidad, situación que resultaba injustificable.
Tras
el reciente Decreto, de mayo de 2012, que vino a ordenar las cartas de servicios,
entendidas como instrumento de compromiso con objetivos de calidad en la
prestación de cada servicio público, se ha querido establecer el marco general de
calidad, entendiendo por tal “el conjunto de programas para mejorar la calidad
de los servicios públicos, proporcionar a los poderes públicos información
consolidada para la toma de decisiones al respecto y fomentar la transparencia
mediante la información y difusión pública del nivel de calidad ofrecido a los
ciudadanos”.
Sin
perjuicio de valorar positivamente el esfuerzo de cambio que el Proyecto de Ley
representa, al poner fin a la inexplicable desidia de las pasadas legislaturas
en esta materia, no podemos dejar de señalar sus insuficiencias ni de advertir
que introducir la calidad de los servicios públicos en la gestión de los
diferentes Departamentos es algo más que aprobar una norma. Ha de ser algo más
que un empeño voluntarista que, de carecer del respaldo preciso, quedará como
una nueva norma inaplicada, como ocurre desde 1996, sin que ello provoque
escándalo a nadie -ni gobierno ni oposición ni sindicatos-, con tantas
previsiones contenidas en la Ley
de la Administración
de la Comunidad Autónoma
de Aragón: programación de la gestión administrativa, auditorías
administrativas, manuales de procedimientos, etc.
Esta
Asociación, por principio, no puede oponerse a ningún intento dirigido a la
mejora de la calidad de la
Administración, pero esa calidad, si queremos que sea real, ha
de pasar inevitablemente por un cambio cultural del conjunto del personal de la Administración,
cambio que se precisa para asumir el reto de la calidad –el trabajo por
objetivos y el trabajo bien hecho-, y en el que se ha de incorporar también el
sentido de la legalidad y de la profesionalidad.
Sin
el respeto a las leyes no hay calidad democrática, y si esta falla cualquier objetivo de calidad en la gestión resultará inconsistente. La
legalidad son los cimientos necesarios de toda gestión pública y la calidad no
puede ser una alternativa a la misma, sino un complemento y desarrollo adecuado.
Por lo tanto, hace falta un enorme trabajo para llevar a cabo todos los cambios
previos y necesarios que permitan que la futura ley de calidad dé verdadero
resultado.
Primero legalidad,verdadera calidad en la gestión pública.
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