Esta Asociación tiene circunscrita su actividad a los fines y principios que marcan sus Estatutos, es decir a la defensa de la función pública como estructura administrativa y colectivo profesional al servicio de la democracia y de los ciudadanos, pero el carácter expansivo de sus principios, entre los que figuran el compromiso democrático, el principio de legalidad y la ética pública, la hacen consciente de que su actividad -su batalla por los valores constitucionales en el avance permanente del buen gobierno y la buena administración en nuestras instituciones- no está desconectada de ninguna otra batalla que, por similares valores, se pueda librar en otros puntos de España, de Europa o del mundo.
Sabemos que la historia de la humanidad refleja una tensión permanente por la libertad y la dignidad de las personas frente al poder, en sus diferentes manifestaciones, por someter ese poder a las reglas del derecho, de la razón democrática, de la voluntad de los ciudadanos, tensión que ha conllevado luchas, sacrificios y terribles retrocesos, pero también momentos de dignidad y de triunfo. Uno de esos triunfos es la actual España democrática, con cuya preservación y mejora todos debiéramos sentirnos comprometidos.
Tal vez no sea recomendable perder de vista todo el largo camino que ha sido preciso recorrer para que, cosas que hoy nos parecen triviales u obvias, sean una realidad o al menos una regla que ordena nuestra vida como comunidad política. No hay nada que sea irreversible, y la salud democrática de nuestra sociedad no está libre de todo tipo de males, y el principal de ellos probablemente sea la indiferencia de un gran número de ciudadanos por la vigencia real del Estado de Derecho y de los valores principales de la ética pública. Indiferencia y resignación, conformismo ante el incumplimiento de las leyes, ante la vulneración de derechos constitucionales.
La razón de ser de esta Asociación no es otra que la de reaccionar de forma activa y crítica, es decir constructiva, frente a un preocupante estado de cosas en la Administración Pública aragonesa, claro síntoma de la existencia de prácticas de mal gobierno en nuestras instituciones. Los servidores públicos en modo alguno podemos ser indiferentes a la realidad de nuestras instituciones, pues somos quienes, con nuestro trabajo diario, las hacemos funcionar, de acuerdo con las líneas marcadas por quienes las dirigen y gobiernan. Lo que no es posible admitir, sin embargo, es que se pretenda convertir a la administración -y, con ello, a los funcionarios públicos- en ejecutores acríticos y disciplinados de cualquier decisión política, al margen de su adecuación al ordenamiento jurídico. La Administración Pública no puede, sin perder su esencia y su razón de ser, convertirse en una estructura situada al margen del Estado de Derecho, sometida no a la ley y al derecho, sino a las instrucciones de un Gobierno que pretende mandarla y someterla, y en buena medida desnaturalizarla.
Quienes hoy luchan, en los países árabes del norte de África, por la democracia, la libertad y los derechos humanos contra sistemas autocráticos y corruptos que han padecido durante décadas, tienen nuestra simpatía y apoyo. Porque creemos que su lucha es la nuestra y la nuestra es también de ellos, porque cuando alguien defiende los valores más preciosos de la humanidad -en cualquier parte del planeta- está defendiendo a la humanidad entera. Ahora más que nunca, en un mundo globalizado en el que la información de cualquier acontecimiento tiene una especial inmediatez y las nuevas tecnologías nos permiten no sólo ser testigos de los mismos, sino actuar también como elementos conductores y propagadores de las reivindicaciones de libertad de los otros. Nuestra lucha por el derecho en la España democrática es solidaria con la lucha por la libertad en los países árabes y en cualquier parte del mundo. Esa solidaridad nos obliga, precisamente, a no desistir en nuestro compromiso.
Eso es pensamiento global y acción local. Lo glocal.
ResponderEliminarSólo nos separa el mar, o tal vez nos une.
ResponderEliminarNo se han apagado aún las brasas de la rebelión popular en Túnez y ya arde El Cairo. Donde los principales medios de comunicación de Occidente sólo veían terroristas potenciales, ahora descubren pueblos oprimidos sedientos de democracia. Algo muy profundo se está moviendo en el mundo árabe. Es muy pronto para medir el alcance de las protestas que se van extendiendo por el norte de África, pero la velocidad de los acontecimientos no impide valorar algunas evidencias. Por ejemplo, el bochornoso silencio de Europa. ¿Dónde se había metido Catherine Ashton, Alta Representante de Política Exterior de la UE, muda hasta la tarde de ayer? Aparte de llamar a la calma y desaconsejar los viajes a El Cairo, ¿qué más tienen que decir el Gobierno español y su ministra de Exteriores? Falta una condena expresa, alta y clara, de la represión utilizada por el Gobierno de Mubarak contra la población civil. Las tímidas peticiones de respeto a la libertad de expresión por parte de Obama y Angela Merkel se quedan cortas ante las imágenes de una juventud harta de observar en internet una modernidad incompatible con la vida medieval que le imponen regímenes autoritarios y corruptos, presuntos “amigos” de Occidente como vigilantes del radicalismo islámico y como socios en el negocio de las materias primas. Si Europa quiere de verdad hacer proselitismo de la democracia y frenar el peligro islamista, está perdiendo una magnífica oportunidad de demostrarlo.
ResponderEliminarJESUS MARAÑA.
CON independencia del desenlace del formidable pulso entre la sociedad egipcia y Hosni Mubarak, nada será igual en el mundo árabe y musulmán después de la revolución de los jazmines en Túnez. Tampoco a Occidente le será posible seguir mirando con la misma doctrina utilitarista hacia esta parte del mundo, legitimando sin más consecuencias la gestión de tantos dirigentes que ignoran completamente las aspiraciones de sus gobernados. En Egipto hoy, y mañana en los países donde ya es previsible que puedan seguir encadenándose estas revueltas populares, habrá que elegir entre el continuismo totalitario o, por el contrario, asumir la pretensión de los sublevados confiando en que todo conduzca hacia procesos sinceros de apertura democrática. En Egipto está en juego mucho más que la continuidad o la salida del país de un presidente que ha monopolizado el poder durante treinta años y cuya máxima aspiración era transferirlo a su hijo. Egipto es sin duda el país que en estos momentos puede ejercer una mayor influencia en todo el mundo musulmán, infinitamente más que el minúsculo Túnez. Probablemente ha sido la conciencia de lo que representa su país lo que ha llevado al propio Mubarak a cimentar su régimen en la tarea de preservar esa estabilidad por la que tanto le han recompensado Estados Unidos, Europa y, naturalmente, el vecino Israel, que tiene razones sobradas para la inquietud.
ResponderEliminarA los que se juegan la vida en las manifestaciones esa estabilidad no les importa gran cosa. Protestan contra una sociedad que creen —con razón— anquilosada, caduca e incapaz de responder a sus crecientes demandas, aceleradas por un aumento de la formación académica y también por la irrupción de las nuevas reglas de comunicación, algo que se repite en casi todos los países de la región, desde Marruecos hasta Arabia Saudí o Irán. Tal vez el propio Mubarak pensaba que un proceso de reformas demasiado rápido conduciría al colapso que conoció el Sha de Persia, a quien acogió en el exilio. Pero también a muchos analistas se les reaparece el espectro de Argelia, donde la apertura democrática dio paso al horror del extremismo religioso y Occidente se quedó mudo cuando el Ejército aplastó al partido islámico ganador de las primeras elecciones democráticas. Los riesgos son muchos cuando es el futuro y la estabilidad de una parte muy sensible del mundo lo que se juega en unas revueltas.
EDITORIAL ABC.
Hosni Mubarak ha designado un nuevo Gobierno, pero tiene la intención de permanecer en el poder. En un discurso vacío y tardío, el presidente de Egipto ha formulado vagas promesas reformistas, familiares a los egipcios en los últimos años, pero a la vez ha puesto al Ejército en las calles y decretado el toque de queda. Estas medidas no han conseguido por ahora calmar una violencia creciente, como el número de víctimas de la represión: el abultado número de muertos se desconoce y los heridos se cuentan por millares. Los manifestantes que continúan en las calles de las grandes ciudades entienden que el Gobierno no pinta nada en un país sometido desde hace 30 años a la voluntad de Mubarak. Su exigencia es la renuncia del presidente.
ResponderEliminarEn el dilema habitual para los dictadores acorralados entre ceder poder o acentuar la represión, Mubarak parece haber escogido lo segundo. El desarrollo de los acontecimientos en Egipto guarda similitudes con el vecino Túnez. También el ex presidente Ben Ali destituyó a su Gobierno, pero se vió forzado a huir del país al no conseguir el apoyo del Ejército para aplastar la revuelta. Es inevitable suponer que Mubarak (militar, como todos los presidentes egipcios que se han sucedido desde el derrocamiento de la monarquía por un grupo de oficiales, en 1952) se ha asegurado la lealtad de los generales -una casta opaca, espina dorsal del régimen- antes de sacar los tanques. El vicepresidente nombrado ayer, Omar Suleimán, militar, es el jefe de la inteligencia, y el nuevo primer ministro, Ahmed Shafiq, un ex jefe de la fuerza aérea.
La evolución del apoyo castrense a Mubarak va a ser decisiva en el desenlace de la crisis en el más influyente y poblado país árabe, al que su aparente estabilidad parecía colocar al abrigo de convulsiones políticas. Un eventual colapso de Egipto constituiría un auténtico maremoto regional (de distinto signo para sus dirigentes y para sus ciudadanos, como lo muestra el feudal mensaje de apoyo al rais del rey saudí), además de liquidar el agónico proceso de paz en Oriente Próximo y colocar a Israel y a las potencias occidentales en estado de alerta roja.
La dirección que finalmente adopten las fuerzas armadas -potentes, entrenadas y equipadas por EE UU, y relativamente respetadas- será tanto más decisiva por cuanto la volátil revuelta, protagonizada masivamente por jóvenes sin horizonte, carece de liderazgo concreto. Aunque a su rescoldo se postule como alternativa Mohamed El Baradei, muy alejado de su país durante años, o se hagan discretamente visibles los islamistas encuadrados en los Hermanos Musulmanes, la oposición más organizada de Egipto y temor por antonomasia de las potencias occidentales. Cabe recordar cómo la revolución iraní de 1979, iniciada por una heterogénea constelación opositora, fue finalmente secuestrada por el fundamentalismo. Ese rumbo castrense todavía no está claro ni para los propios egipcios, aunque puede resultar un indicio la advertencia solemne, ayer, de que el Ejército actuará sin contemplaciones si persiste el caos.
La gravísima crisis supone un especial revés para Estados Unidos. Barack Obama, que irónicamente eligió El Cairo, en 2009, como altavoz de su discurso amigo hacia el mundo árabe, pretende mantener el equilibrio entre la consideración de Mubarak como aliado clave, al que Washington ha sostenido con miles de millones durante décadas, y los principios democráticos proclamados a los cuatro vientos por la superpotencia. Pero los hechos hacen imposible la equidistancia. La represión a ultranza con Mubarak al timón hundiría definitivamente la escasa reputacion de EE UU en la región. La caída del dictador, si el poder no cae en manos suficientemente amigas, abriría un masivo agujero negro en la zona más conflictiva del planeta y su despensa petrolífera.
EDITORIAL DE EL PAIS.
La revuelta de los egipcios contra el régimen de Mubarak, que desde hace 30 años rige con mano de hierro los destinos del país, tiene en vilo a las potencias occidentales y atemorizado al mundo musulmán. Lo que suceda en este país de 80 millones de habitantes, pieza clave en Oriente Medio, tendrá una influencia decisiva en la cuenca sur del Mediterráneo y en los países islámicos. El incendio provocado por la chispa tunecina se ha propagado a unas sociedades sedientas de libertad y hambrientas de justicia. Con mayor o menor intensidad, a casi todas las naciones árabes están llegando las llamaradas de la ira popular, incluso a la franja de Gaza, que gobierna el grupo terrorista Hamas. Pero es en Egipto donde esta revolución espontánea se juega su éxito o su fracaso como modelo a imitar. No será fácil que el régimen de Mubarak, que hace pocas semanas consumó otra farsa electoral para perpetuarse en el poder, sea barrido con la misma facilidad que lo fue el tunecino de Ben Ali. Los resortes del mandatario egipcio, que controla muy estrechamente al Ejército, y la poderosa amenaza del radicalismo islámico son las dos bazas que habitualmente ha jugado Mubarak para garantizarse el apoyo de Estados Unidos y de Europa. Y las seguirá jugando hasta el último minuto. Eso no quiere decir que el régimen permanezca inmutable. Al contrario, presionado ya abiertamente por Obama, no le queda otra salida que comprometerse con un plan de reformas profundas para garantizar las libertades, de modo que el Parlamento refleje todas las tendencias políticas, combatir la corrupción y realizar una mejor distribución de las rentas. A partir de ahí, es muy probable que el modelo egipcio pueda trasladarse a otros países del entorno con graves déficits democráticos. A diferencia de otros estallidos populares provocados por la carestía de los alimentos básicos, ésta es una revuelta también por los derechos humanos, que en sentido estricto no se inició en Túnez, sino en Teherán hace ya varios meses. Sus protagonistas e inspiradores no son los grupos radicales islámicos ni las masas desarrapadas, sino jóvenes urbanos con cierta formación escolar, y hasta universitaria, que han sembrado su descontento por encima de las fronteras gracias a internet, las redes sociales y los móviles. No en vano, la primera medida represiva que tomaron los ayatolás de Irán y ahora Mubarak fue cortocircuitar internet y los teléfonos. Asistimos, por tanto, a una convulsión por la libertad que difícilmente se podrá encadenar recurriendo a los tanques o manipular mediante las televisiones oficiales que ya nadie ve. Desde Marruecos hasta Siria, pasando por Irán y Arabia Saudí, el mundo islámico se enfrenta a su propio destino de transformar sus dictaduras para que sus habitantes pasen de súbditos a ciudadanos. Ésta será, sin duda, la más importante revolución del siglo que empieza, pero estará sembrada de graves peligros, el primero de los cuales es que el fanatismo islámico la capitalice para imponer su doctrina totalitaria y sembrar el terror, como así sucedió con la revolución de Jomeini. De ahí que en Egipto cobre especial relevancia el papel que puedan jugar los Hermanos Musulmanes, cuya utopía política es imponer la «sharia» o ley islámica.
ResponderEliminarEDITORIAL DE LA RAZON.
Soltando las últimas amarras con Hosni Mubarak, la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, ha pedido el inicio en Egipto de "un proceso de transición" hacia "una verdadera democracia". La era posMubarak ha comenzado en Washington. Tanto si el presidente egipcio ha pasado ya a la historia mientras este periódico se imprime como si se aferra desesperadamente al poder, la Administración norteamericana ha comenzado a diseñar una estrategia en Oriente Próximo sin la tutela que durante 30 años ejerció el viejo líder arrollado por su pueblo.
ResponderEliminarEL PAIS.
"Queremos ver una transición ordenada, de forma que nadie se aproveche para llenar un vacío, que no exista un vacío, que se elabore un plan que conduzca hacia un Gobierno democrático y participativo", declaró la secretaria de Estado a la cadena Fox News.
ResponderEliminarEgypte : la révolte continue, la confusion règne.
ResponderEliminarle monde
l'opposant égyptien Mohamed ElBaradeï, présent sur la place Tahrir en fin d'après-midi, a appelé sur CNN le raïs à quitter le pouvoir "aujourd'hui" pour laisser place à un gouvernement d'unité nationale.
ResponderEliminar¿Nos transformamos en ong?
ResponderEliminar¿Vamos a luchar por la democracia en el mundo?
ResponderEliminar¿Por el respeto de los derechos humanos?
ResponderEliminarTúnez y Egipto son dos de los países con mayor número de universitarios del mundo árabe. Universitarios que, con sus flamantes licenciaturas bajo el brazo, se ven obligados a buscarse la vida como verduleros o vendedores de chucherías a los turistas. Esos jóvenes son los que encabezan la insurrección contra una gerontocracia que se ha perpetuado en el poder gracias al cuento de que, sin ella, el mundo árabe está condenado a un islamismo apocalíptico.
ResponderEliminarPero quizás el islamismo tenga tanto que temer de este movimiento como los carcamales dirigentes en el poder. La actual revolución árabe ha nacido en las redes sociales, en Facebook y Twitter, no en las mezquitas. Es un movimiento nuevo que, en la órbita más amplia del islam, tuvo una de sus primeras manifestaciones en la protestas iraníes contra el pucherazo de Mahmud Ahmadineyad.
Irán también es un país con un alto número de universitarios. Como Túnez y Egipto. Pero no como Marruecos, que arrastra una alta tasa de analfabetismo y que, hasta ahora, apenas se ha visto afectado por las revueltas que sacuden el norte de África. Quizás así se comprenda la repulsión que siempre han sentido las autoridades marroquíes por los programas de ayuda a la educación de la Unión Europea. Intuían lo peligroso que puede ser tener una juventud educada y sin empleo en un régimen feudal.
Europa ha jugado un papel bochornoso en estas revueltas. Pero puede aprender la lección: una juventud formada y con estudios es el instrumento más eficaz para acabar con un régimen adocenado. Incluso se podría aplicar la lección a sí misma: una generación de jóvenes universitarios entre quienes el paro ronda entre el 40 y el 50 por ciento puede ser letal, revolucionaria, explosiva para el régimen.
Alberto Sotillo.
C'est jolie la liberté!
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